domingo, 3 de enero de 2010

Capítulo 8


















Nadie dijo que la vida era fácil



Robert



Y ahora, lo peor de todo este rollo: mi padre. La tarde ha sido alucinante: Rachel es mejor de lo que me imaginaba. Se la debía, y se la he pagado. Pero todo terminó mal. Apareció él, mi padre, el que siempre lo jode todo.

He ido a mi habitación antes de encontrarme con él. Me estará esperando, pero que se fastidie y que espere. He cogido el iPod, seguro que mi padre se va a enrollar y va a querer que haga algo por él, así que mientras que lo hago, escucho música.
Miro el reloj. Hace más de veinte minutos que dejé a mi padre esperándome. Seguro que está enfadado. ¿Qué digo? ¡Él siempre está enfadado! Así que eso ya no me asusta.

Bajo las escaleras que dan a la planta baja del edificio. Y allí está, ¡la puerta que me llevará al infierno! La atravieso y salgo al exterior decidido. Hace mucho tiempo que conozco a mi padre, y seguro que no me puede hacer algo peor de lo que me hace continuamente. Entonces vuelvo a pensar en ella, en lo que le he contado. Hace mucho tiempo que no tenía una conversación tan divertida con nadie. Y aunque el tema del que hablamos era sobre cómo mi padre me engañó durante mucho tiempo, no me sentí incomodo. Ella es increíble. Una tarde juntos y no me ha bastado. Tengo ganas de volver a verla, y por un momento contemplo la posibilidad de colarme en su cuarto. Pero no, también me colaría en el cuarto de Narcisa y no tengo ganas de discutir con ella.

¿Qué habría pasado si ella y yo siguiéramos juntos? Es una pregunta que ronda mi cabeza de vez en cuando. Cuando la veo con sus amigas, en clase, en el comedor, siempre que la veo.

Cuando estábamos juntos nos lo pasábamos muy bien. Ella siempre tenía una sonrisa para regalarme cuando veía que mi padre me hacía daño, y no solo físicamente.

Ella es una de las pocas personas que sabe que mi padre me pega. Eso fue la razón para separarnos. Yo no quería denunciar a mi padre. ¿Tiene eso sentido? Ninguno. Es imposible que a él le pase nada. Y si le pasara, ¿qué ganaría yo con eso? Dolor para los que me importan. Quizá por eso sigo con él, por mi madre, y por mi hermano.

Cojo el iPod y me lo pongo. Y la busco: busco la canción. Es muy difícil encontrar una banda sonora a tu vida, y yo ya la he encontrado: “Best of me” suena en mi iPod.
Me lleno de letras, de sonidos, pero sobre todo, de palabras. Suena la primera estrofa: It's so hard to say that I'm sorry. Y la canción continúa. Y el tiempo se para. Y mi vida vuelve a pasar delante de mí, como tantas veces pasa cuando esta canción me pose.

Sigo andando mientras los últimos compases me sirven de guardaespaldas. Siempre he adorado a los Sum 41. Su música es especialmente buena. Desde que los descubrí, con la canción de “With me”, siempre han sido los protagonistas en mi iPod.

Pero la canción termina, y yo me encuentro delante de la que es mi casa aquí en el internado. Es pequeña, lo admito. Pero es el mejor sitio cuando quiero estar solo. Dentro hay luz y se puede apreciar una sombra humana. ¿He dicho humana? Me río antes de entrar de mi estúpido chiste mientras pienso que soy el peor contador de chistes de la historia.

Ni si quiera llamo a la puerta. Es mi casa. Mi padre está sentado en el sofá mientras mira la foto en la que Rachel se fijó.

-¿De qué te reías antes de entrar? –claro, el mejor lector de mentes es mi padre. ¡Cómo si no lo supiera ya!
-Nada, simplemente dudaba de tu humanidad. –le contesto secamente. ¿Dudar? No, es que ni si quiera tienes humanidad.
-¿Y tú si? –Mi padre estaba respondiendo a mi mente, no a mis palabras.- ¿Te crees que por enseñarle tu casucha a esa muchacha y pasar la tarde con ella ya eres un hombre? –él se ríe. Se ríe irónicamente. Se ríe de mí. Y tira la foto al suelo, rompiéndola en mil cachitos. Demasiada fuerza para un simple objeto, le oigo decir en su mente. Y entonces se levanta derecho a la puerta. Pero antes de irse se vuelve a mí. Yo ni si quiera le miro. Tengo la vista puesta en la foto de mi verdadera familia. –Robert, tu eres como yo. Eso nunca lo dudes. –y se gira para irse. –Recoge todo esto, te espero fuera. –Y se va, cerrándola puerta, y dejándome con esa sensación de que tiene razón. De que haga lo que haga, siempre terminaré siendo como él.

Levanto la foto. El cristal está roto y yo no podré hacer nada. La foto solamente tiene unos arañazos producidos seguramente por la caída. El maltrato físico incluye maltrato psicológico, por eso el maltrato físico es peor, oí una vez decir a alguien. ¡Y una mierda! No hay nada peor que te digan lo que no quieres oír. Y para mí, ese es el peor maltrato de todos.



* * * * * *



Cuando salí de la cabaña, mi padre no estaba. Había dejado en la puerta una nota colgada. Me decía que ya había tenido mi castigo. ¿Pero de qué está hablando? Estoy harto de sus juegos, no tengo ni idea de qué castigo me merezco. Cojo la nota y la rompo. Luego la tiro al suelo y me voy.
¡Qué gilipollas que es! Nunca pensé que podría llegar a odiar tanto a mi padre. Cuando yo era pequeño las cosas eran diferentes. Él no me pegaba, aunque tampoco era un padre normal, pero no era tan cruel conmigo. En cambio, ahora, es lo peor que puede haber sobre la tierra. Y no lo digo en broma. Él es lo peor que hay.

Empiezo a andar directo a mi habitación. No tengo ganas de hablar con nadie. Miro el reloj, todavía quedan dos horas para que sea la hora de cenar, y mañana temprano nos vamos al pueblo a comprar los trajes, así que esta noche tendré que descansar más. Él me lo tiene dicho: estas en un momento muy difícil de tu desarrollo, Robert, tienes que descansar si quieres ser tan fuerte como yo. Y no se da cuenta de que yo no quiero ser como él. Pero algún día le superaré y entones él no me podrá decir nada, no se podrá quejar. Algún día seré yo el que mande, no se volverá a aprovechar de mí.

Abro la puerta de mi habitación y allí están: Matt y Alex. Están sentados en la cama de Alex, la que está más cerca de la ventana. Miro hacia la derecha, que es donde está mi cama y la de mi hermano y allí está Ismael, tumbado en su cama, leyendo un libro. Cierro la puerta y ni Matt ni Alex me dirige una mirada. Todavía me acuerdo cuando mi padre me obligó a compartir habitación con Matt. Él acababa de llegar al internado y yo tenía la habitación más grande para mí solo. Por aquel entonces yo era un crío y no quería que él estuviera porque lo quería todo para mí solo, pero hoy es diferente: yo no quiero que esté porque le odio. Ismael se da cuenta de que estoy en la habitación y deja el libro en la mesita. Lleva los pantalones del chándal negro y una camiseta azul de superman. Sí, mi hermano es fan de Superman. Se ha visto todas sus películas y yo me las he tragado todas. Pero, ¿qué se le va a hacer? En el fondo me divertía viendo la cara de pasmo que ponía cuando las veía. A veces Isma es un friky, con ese afán por leer y esa admiración ciega a Superman y a Spiderman. Él me mira y me sonríe de esa forma que solo él es capaz de hacer, la sonrisa de un hermano. Entonces miro a Matt y un pensamiento recorre mi mente, pero lo aparto rápidamente.

-¿Dónde has estado, forastero? –me dice Ismael haciéndome lado en su cama. Yo me siento a su lado y cierro la puerta de una patada. Alex me mira y suspira. Luego se gira y vuelve a pasar de mí. Así mejor.
-¿Yo? ¿No deberías ser tú el que me diga a mí lo que has hecho durante mi ausencia? ¡Vienes a mi casa y ni te veo!
-Venga, no te hagas de rogar, hombre. ¿Dónde has estado? –y entonces miro a Matt y a Alex. Los dos están pensando en la misma chica: Rachel. Alex es su hermano, ¿pero Matt? Y me adentro más en su mente, y entonces lo veo. Y sonrío. Un chico listo, Matt, pero la cagaste. Miro a Ismael otra vez.
-He estado con una chica encantadora, ¿sabes? Hemos estado toda la tarde hablando. –intento atraer la atención de Matt, pero no lo consigo del todo.
-¿Con una chica? –Ismael me mira, sin comprender porqué miro yo a Matt. Este no se da cuenta de que le estoy mirando.
-Sí. No la conoces, es nueva. Se llama Rachel. –y entonces Matt me mira. Lo he conseguido. He dado en el clavo. Alex mira a Matt, sin entender lo que pasa. Este le mira y le dice algo y Alex sale de la habitación.
-¿De qué curso es? –me pregunta Isma mientras Alex sale de la habitación.
-Del nuestro –me vuelvo a meter en la mente de Matt. Le ha dicho a Alex que Rachel quería verle. Es más astuto de lo que me imaginaba. Él me mira, pero yo hago como si nada. –Hemos estado toda la tarde hablando.
-Pero, ¿no ha pasado nada? –me pregunta Isma.
-No, yo no quiero ir rápido. Y menos con una chica como esa. Seguro que si hubiese pasado algo no sería tan especial como ha sido. –Miro a Matt y le sonrío. -¿Verdad, Matt?

Y antes de que me de cuenta, tengo a Matt encima de mí. Él alza el puño, que va derecho a mi cara. Pero yo soy más rápido y lo esquivo mientras me río. Ismael se levanta e intenta sacar a Matt de encima de mí.

-Déjalo, Isma. Este no es capaz de hacerme nada, es un blando –digo riéndome. Eso cabrea más a Matt y me divierte más a mí. Puedo ver su odio y eso me alimenta más. Él se imagina a ella conmigo, divirtiéndose, y eso le vuelve loco. Pero, ¿cómo es posible que sienta algo así por alguien a quien apenas conoce? Matt cada vez me sorprende más. Sus sentimientos por ella son enormes, esa idea de protegerla es muy fuerte.

Le inmovilizo el brazo y me subo encima de él. Matt gruñe e intenta darme una patada, pero no lo consigue.

-Vamos, Robert, déjalo. Sabes perfectamente que le puedes. –me dice Ismael.
-Seguro que mientes. Es imposible que ella estuviera contigo.
-¿Cuándo? ¿Cuándo tú pensabas en ella como un idiota? ¿O cuándo decidiste alejarte por ella por su propio bien? –me río otra vez. Y él se enfada más.
-¡Deja de meterte en mi mente! -Matt vuelve a moverse como loco, intentando que le suelte, pero no consigue nada. Soy más fuerte que él.
-¿Sabes lo que más me gusta de esta situación, Matt? –le miro y él me devuelve la mirada –Que pasará como con Natalie. Tú la amabas, pero ella se vino conmigo. Así pasa siempre. Los perdedores no consiguen nada. Nunca. –eso le ha dolido, y por un momento casi me arrepiento de haberlo dicho. Casi. Luego sonrío.
-Pero lo que tú no sabes es cuánto te gusta ella. -Matt sonríe, y yo le miro confuso. –Te recuerdo que yo también puedo leer la mente –él se ríe y yo me canso. Alzo mi puño y le pego en la cara, en la mandíbula, donde duele. Él no dice nada, simplemente recuesta la cabeza en el colchón. Yo me levanto, y le miro.
-Tú no sabes nada, Matt. Todavía no se ha inventado la tía que sea capaz de hacer que yo mueva un dedo por ella. -él me mira, mientras sonríe, y entonces empieza a reír.
-Por una vez, el que ha ganado he sido yo –Matt se levanta y se queda de pie, muy cerca de mí, mientras sonríe. Yo le miro serio. Él es algo más bajo que yo, pero su mirada es más fuerte que nunca. Y cierro mi mente, para que él no pueda leer nada. Pero yo vuelvo a sentirlo: envidia. Envidia por él. Porque yo pude ser como él, libre, sin ningún padre que me obligue a ser como él. Por eso le odio tanto. Él es menos poderoso, menos fuerte, pero ¿a quién le importa el poder cuando te maltratan, cuando hacen del mal tu fuente de energía? Si el mal no existiera, yo no existiría. Matt es… mi otro yo. Y hasta hoy no me di cuenta de que esa era toda la verdad. Pero yo no aparto la mirada de él. Mi estructura no se destruye, porque yo soy fuerte. Si algo aprendí de mi madre es a ser fuerte y a cumplir el deber por el que estás en el mundo. Y yo lo cumpliré.

Entonces se abre la puerta y Alex regresa. Cuando ve lo que le he hecho a Matt me mira con odio. Y está a punto de abalanzarse sobre mí, pero Matt le detiene.

-Déjalo, Alex. Esta vez he ganado yo. ¿Verdad, Robert?
-Más quisieras, maldito bastardo. –le digo.
-Prefiero ser un bastardo, a tener un padre como el tuyo.
-Bueno, ya basta los dos joder. ¡Qué ya tenemos unos años para estar peleándonos como críos! –Ismael mira a Alex. –Creo que no nos han presentado, soy Ismael, el hermano de Robert. –dice tendiéndole la mano a Alex. Él la mira, y por un momento duda, pero entonces se la estrecha.
-Soy Alex, tu compañero de habitación…
-…y de clase –termino yo por él. Entonces le miro. Él me devuelve la mirada, serio.
-¿También de clase? –Ismael sonríe. Se le da muy bien esto. Sería muy bueno como relaciones públicas. Se lo tengo dicho. -¿Los cuatro estaremos juntos en la clase y en la habitación?
-Sí, y también en el equipo de fútbol. –Matt y Alex me miran. Ellos saben que yo soy el mejor jugador de la escuela, pero nunca he estado en el equipo. Este año mi padre me obliga a presentarme.
E Ismael es también muy bueno, así que se presentará conmigo. Yo sabía perfectamente que se había quedado sin jugadores este año, pues la mayoría de los jugadores o se han ido del internado o han terminado ya sus años escolares.
-No sabía que iba a entrar, -dijo Alex, mirándome.
-Ni yo tampoco, -le dije.- Pero necesitáis nuevas promesas. Ya sabéis como juego, ¿no? Pues mi hermano es el mejor defensa que conozco. Y yo conozco a mucha gente.
-No voy a permitir que tu entres en el equipo, -dijo Matt, plantándome cara. Sonrío. ¡Qué estúpido!
-Me temo, querido Matt, que eso no lo decides tú, -miro a Alex.- Y un buen capitán tendrá que mirar por el bien de su equipo, no por sus relaciones con los jugadores. Y luego está el entrenador, con el que mi padre –al nombrarle, Matt hizo una mueca, -ya ha hablado. Así que solo falta que Alex decida, y luego que le hagamos las pruebas a Isma. Y asunto resuelto. –Miro a Matt. Él permanece callado. Sabe perfectamente que lo que diga no se tendrá en cuenta. Igual que Alex sabe que aunque él diga que no, entraré. Así que sonrío, triunfador, ganador como siempre.

Nunca quise entrar al equipo porque les ganaba a todos. Y me gustaba ver como perdían de vez en cuando. Siempre me reía de ellos. Esos eran tiempos buenos, cuando mi padre me dejaba un poco por libre, y se centraba en sus asuntos. Ahora, él siempre me mete en sus asuntos, porque “Robert, mis asuntos son también los tuyos”.

Eran las nueve. Solo quedaba media hora para la cena, así que cogí las toallas y la ropa y me fui a ducharme.

El baño es muy grande, más que los baños normales. Esta habitación tiene dos baños, porque vivimos cuatro personas. Este es el baño mayor, y el otro es simplemente una ducha y un retrete.

Me desnudo y me miro las marcas que mi padre me ha dejado durante todos estos años. Todo el mundo cree que son de nacimiento. Sonrío tristemente. Ni si quiera he tenido el valor para contarle a Isma la verdad. Me da miedo que mi padre también le pegue. Él es solamente un humano, nada más. Y no podría soportar esas palizas que a mí siempre me destrozan. Me meto bajo la ducha. El agua está caliente y consigue relajarme los músculos, que llevaban en tensión desde la aparición en mi padre. ¿Qué hubiera pasado si él no hubiera aparecido? Lo estábamos pasando genial, y tuvo que venir él para aguarnos la fiesta. ¿Y qué pasará entre Matt y ella? ¿Sentirá ella lo mismo que él? Empiezo a lavarme el pelo. Seguro que no. Ella no es tan imbécil como para sentir algo tan fuerte en su primera cita. Tendré que meterme en su mente otra vez para…

Paro de lavarme el pelo y cierro los ojos, recordando. En ningún momento he podido meterme en su mente. Cuando conocí a Alex, al principio me resultó casi imposible percibir sus pensamientos. Y ahora tampoco es nada fácil. ¿Y qué pasará con ella? No he podido sentir lo que ella siente, aunque tampoco lo he intentado. Y la primera vez que nos vimos tampoco pude. Me enjuago el pelo y paro la ducha. Es imposible que alguien sea capaz de ocultarme sus sentimientos. Ha habido varios casos en los que me ha sido muy difícil saberlo, y solo existe una persona a la que nadie, ni si quiera mi padre, pueda leerle la mente: mi madre.

Es mejor que deje de comerme la cabeza. Seguro que es porque no lo he intentado. Si ella fuera como mi madre mi padre lo sabría. Y me lo habría dicho, ¿no?

Salgo de la ducha y empiezo a mojarme. En la habitación se oyen voces y risas. Mi hermano ha congeniado perfectamente con los otros dos. Era de esperar, yo ya lo sabía. Me visto rápidamente. Me peino y me echo colonia. Salgo de la habitación. Alex se ha duchado, y Matt e Ismael solamente se han vestido.

-¡Al fin, Robert! Ya creía que tenía que llamar a los bomberos para que te sacaran de ahí.
-Vámonos. Ya llegamos prácticamente tarde. –digo yo saliendo de la habitación. Él me sigue y cuando estamos bajando de las escaleras empieza a hablar.
-No se porqué te llevas tan mal con esos tipos. Son muy amables. –dice él.
-¿Ah, sí? Pues podrías haberte quedado con ellos y haberte unido a su club de estúpidos perdedores.
-¡Vamos, Robert! Te has pasado con Matt. Yo solo intentaba ser amable con ellos.
-¿Qué me he pasado con Matt? Tú no los conoces, Isma. Te aseguro que no los conoces.
-Pero sí te conozco a ti, y sé que tú no eres como intentas aparentar delante de todos. Tú no eres como tu padre quiere que seas. Y lo sabes. –entonces le miro. Y no se qué pensar.
-A veces ni yo mismo se quién soy Isma. –él me mira también. Estamos a punto de entrar al comedor.
-Eres Robert, mi hermano. –él me da un puñetazo amistoso en el hombro, pero yo no sonrío.
-No, Isma, -le digo. –Yo soy Robert Deblash, y eso no puedo cambiarlo. No puedo cambiar a mi padre, y tampoco puedo cambiar lo que soy. Y lo que seré. A ti tampoco te han contado toda la verdad.
-Estoy esperando que me la cuentes tú.
-Sabes perfectamente que no lo haré. –aparto la mirada. –Nadie lo hará. Y tendrás que aprender a vivir con ello.

Pasamos al comedor y nos sentamos en la mesa de siempre, con los de siempre. Pero mi mente esta vez está muy lejos. Está en la cabaña. Con ella. En esa tarde rara, única.

Hay veces en la vida que tienes que mentir, o callarte parte de la verdad, para no herir a las personas que te importan. Hay veces que te odias a ti mismo, a los demás, pero sobretodo odias a la persona que tiene la culpa de tu odio.
Y si ese odio te alimenta, no puedes hacer nada. Porque sabes perfectamente que ese odio crecerá. Y tú no podrás pararlo, porque si lo intentas, morirás.

Nadie dijo que alimentarte de tu propio odio fuera una forma sana de vivir. Pero tampoco nadie dijo que mi vida iba a ser fácil. Creo que esa ha sido la única vez que él me ha dicho la verdad.
Las mentiras han formado parte de mi vida desde siempre. Todo el mundo se queja de tener una vida monótona, rutinaria y aburrida.
Mi vida no ha sido nunca ninguna de esas cosas. Siempre ha sido difícil, dolorosa y muy complicada. Y todo, ¿para qué? Entonces me vinieron a la cabeza todas esas tardes con mi padre, todos sus sermones de qué es lo correcto y de qué no, sobre lo que pasará, sobre quién seré yo.

-¿Robert? ¡Robert! ¿Estás en la luna o qué? –era Carlos el que me estaba hablando. Le mire, confuso. No sabía lo que intentaba decirme.
-¿Qué pasa? –pregunté.
-Te estaba preguntando por Natalie, -me dijo él. -¿Has vuelto a hablar con ella? –y volvemos al tema de siempre.
-No, no he vuelto ha hablar con ella. ¿Por qué me preguntas? Eso está ya terminado. Desde hace mucho.
-Pues no deberías de darlo por terminado. No vas a encontrar a chicas que estén tan buenas como ella. –me dijo John. Él es el novio de Helen, una chica inglesa. Ella es una de las amigas de Natalie. John está loco por ella y siempre hace lo que ella dice. Cuando están juntos, son empalagosos y insoportables.
-Entonces ella tardará muy poco en encontrar otro tío al que tirarse. A mí me han cansado sus celos. ¿O no la conocéis ya?
-Sí, Robert. Solo que es raro no veros juntos –dijo George. Yo miré a Ismael. Él era el único que conocía un poco lo que había pasado con Rachel, aunque no al completo
-Pues vais a tener que acostumbraros. A mí ya no me interesa.
-¡Chicos! Natalie está libre y sin compromiso. –dijo George. Él es el más juerguista de todos nosotros. Ya he perdido la cuenta de cuantas chicas han estado con él. George me mira, a ver si eso me ha molestado, y yo pongo los ojos en blanco.
-Sí, George, abalánzate ya a ella. Estabas deseando que lo dejara con Robert. –dice Carlos riéndose.

Nuestra mesa se llena de risas y de bromas y luego viene la comida. No tengo mucha hambre, así que solo me cojo un poco de lasaña. Me termino mi plato y me levantó a por el postre, que está en la mesa del fondo a la izquierda.
Observo lo que hay: arroz con leche y natillas. Hoy la cocinera no se ha esforzado mucho. Y mientras que cojo un poco de natillas oigo una voz detrás de mí.

-¿Qué pasa, chico misterioso, que solo eres capaz de comer dulces? –me giro y la veo. Rachel. Ella me sonríe. Lleva su plato vacío y con un ágil movimientos se pone entre medias de mí y de los postres.
-Yo no catalogaría estas natillas en dulces. –ella se ríe. –Te lo digo en serio, Rachel, aquí la comida no es nada del otro mundo. –Ella se gira y me mira.
-Si esto te parece una porquería tenías que ver lo que hace mi madre, -nos reímos los dos y yo miro hacia su mesa. Matt nos mira, celoso, y yo le sonrío. Idiota.
-No será para tanto, mujer. La cocinera lleva aquí desde que yo me acuerdo y siempre ha cocinado así de mal.
-Seguramente será mi madre, que lleva una doble vida aquí –yo me río. Y alguien toca mi hombro. Me giro. Es George, que me mira y sonríe.
-Robert, ya decía yo que tardabas demasiado. ¿No nos presentas? –me dice él señalando con los ojos a Rachel. Yo le lanzo una mirada asesina, dándole a entender que nos deje en paz y que desaparezca, pero él no me hace caso. Miro a Rachel y ella me sonríe. Suspiro.
-Rachel, este es George, un amigo. George –le miro –esta es Rachel, la hermana de Alex. –George me mira extrañado.
-Encantada, -se dan dos besos y yo siento un pinchazo dentro de mí. ¿Y esto?
-Con que la hermana de Alex, ¿eh? –dice él. Yo le doy un codazo y le miro. Él lo entiende perfectamente y se despide.
-Bueno, luego nos veremos. Hasta otra. –y se va. ¡Al fin! Vuelvo a mirar a la mesa de Matt, pero él no está. Lo busco con la mente. Nada. Se ha ido. Que extraño… Vuelvo a centrar mi atención en ella, que me mira y sonríe.
-Que chico más…
-Sí… -me río.- Te entiendo a la perfección. –ella se muerde el labio y se ríe. –Esta noche vamos a ir muchos alumnos al lago, mi padre nos ha autorizado ha hacer una hoguera, y allí vamos a estar. Me preguntaba si tú también irías…
-Y si fuera… ¿qué pasaría? –me pregunta ella.
-Pues podríamos vernos allí…
-Me lo pensaré. –ella termina de echarse su postre, se da la vuelta y se va.

¡Cómo me gusta! Voy hacia mi mesa pero me choco con alguien. Matt. Lo que me faltaba ya…

-Deja el plato y ven –me dice. Yo me río.
-¿Pero que te has creído? ¿Qué me puedes dar órdenes? –le digo.
-Tu padre quiere hablar con nosotros. Yo no tengo la culpa. –le miro. Está muy serio.
-Espera. ¿Qué te ha hecho? Antes he mirado a tu mesa y no estabas.
-¿Cuándo? ¿Cuándo intentabas restregarme por la cara que ella se lo pasa mejor contigo que conmigo? –pongo los ojos en blanco.
-Mira Matt, que te den. –empiezo a andar. – ¿Dónde tenemos que ir? –le digo sin mirarle. Matt se coloca a mi lado mientras yo dejo mi plato.
-A su despacho. Allí nos espera.

Matt y yo salimos del comedor. Esto es rarísimo. Normalmente mi padre no nos obliga a salir de ningún sitio los dos juntos. Nunca nos ha llamado a los dos juntos a su despacho.

-Y otra cosa, Robert. -Matt me mira mientras caminamos, -Ten cuidado con ella. –me vuelvo a reír.
-¿Sabes? Eso ya me lo dijiste con Natalie.
-Precisamente por eso te lo digo. Ella está sufriendo por tu culpa.
-Ella se lo ha buscado. Que te hubiera elegido a ti si quería un chico que hiciera todo lo que ella quisiera.
-Mira Robert. Eres rastrero, idiota, creído y un completo capullo. Y siempre te sales con la tuya. Pero esta vez no te permitiré que le hagas nada a ella.
-Matt, ¿eres imbécil? Bueno, esa pregunta es obvia. Así que te lo diré de otra forma. ¡Déjame en paz!

Llegamos al despacho y llamo a la puerta. Se oye la voz de Julio, que nos dice que pasemos. Matt abre la puerta y allí está mi padre. Pero no está solo. Mi madre y la madre de Matt están en un lado. Esto no puede ser bueno. La madre de Matt se levanta y le abraza. Y yo miro a mi padre, intentando adivinar qué es lo que está tramando. Él mira a Sophia, mientras esta abraza a su hijo. Voy al lado de mi madre, que me sonríe y me abraza.

-¿Qué pasa mamá? –le digo al oído, para que nadie me oiga.
-Nada, cariño, tú no te preocupes. –me dice ella.

Mi madre mira a Julio. Él mira a Sophia y yo suspiro. Luego miro a Matt y recuerdo el día en que me explico lo que había pasado. “Un error”. Así llamaba mi padre a Matt. Mi madre y Sophia, desde que paso lo que paso, se habían mantenido en contacto. Ellas nunca se odiaron, al contrario, se apoyaron mutuamente. Y mi madre me había dicho muchas veces que eso mismo deberíamos de hacer Matt y yo.

-Bueno, dejemos los abrazos para más tarde, luego tendréis tiempo de hablar. –mi padre nos mira a Matt y a mí y nos indica que nos sentemos en dos sillas que hay frente a su despacho.
-¿Qué pasa, padre? –le pregunto yo, mirándole.
-Tiempo al tiempo, Robert, no tengas prisa. –yo me levanto y doy un golpe en la mesa.
-¿Qué no tenga prisa? ¡Tú nos has reunido aquí! ¿Qué quieres que parezcamos ahora? ¿Una familia feliz? –noto una mano por detrás. Me giro. Es mi madre.
-Robert, cariño, siéntate. Tu padre tiene que deciros algo. –Ella mira a Sophia, que le devuelve la mirada. Yo cedo y me siento.
-Gracias por demostrarnos tu soberbia, hijo, -me dice mi padre. Yo le fulmino con la mirada. –Y ahora, pasemos a lo que nos importa. –Mi padre mira a mi madre y luego a Sophia. Y empieza a hablar. Lo dice todo de golpe, sin dar lugar a dudas. Matt está enfadado, se niega a hacer lo que él dice. Yo simplemente me callo. Esta no es mi lucha, esta vez no.

Matt termina de discutir, pero no ha ganado. Tendrá que hacer lo que mi padre le dice. Aunque no le guste. Sophia lleva callada toda la conversación, pero esta vez habla.

-Julio, dijiste que no le meterías en esto. Que le dejarías en paz si yo acedía a traerle aquí.
-Las cosas cambian, Sophia, y tú más que nadie sabes que tu hijo está metido tanto como Robert.
-No. Yo no soy como Robert, -se defendió Matt.
-¿Qué pasa? ¿Asustando porque te puedan comparar conmigo?
-Robert, ya basta, -dijo mi madre.
-Ya está todo dicho. Podéis iros. –dice mi padre dándose la vuelta, sin mirar atrás. Las dos mujeres le miran, mientras se dirigen a la puerta. Yo me levanto y salgo antes que nadie. Seguido por mi madre.
-Mamá, vete de aquí. No quiero que te quedes. –le digo a mi madre.
-Estoy de acuerdo con Robert, por una vez, -dice Matt detrás de mí. Yo le miro, y por una vez puedo observar que, aunque nos odiemos a muerte, estamos juntos en esto. Él nos ha unido en esto.
-Primero quiero ver a Ismael. Luego Sophia y yo nos iremos, -mi madre mira a Sophia, y esta asiente.

Yo conduzco a mi madre a mi habitación, donde se supone que Ismael tiene que estar. Allí hablamos los tres, pero ni ella ni yo sacamos el tema del despacho.
Pasan los minutos y mi madre se tiene que ir. Y se va. Matt, Isma y yo acompañamos a Sophia y a mi madre a la puerta, y allí, nos despedimos de ellas. No hay malas palabras entre Matt y yo, por una vez. Él nos dice que nos verá esta noche en la hoguera, y nos despedimos. Veo la tristeza en su rostro. No le gusta lo que va a tener que hacer.

Pero nadie dijo que la vida era fácil.

6 comentarios:

RoRy dijo...

Me gusta mucho tu historia!!!! ayer me la lei de un tiron y estuve hasta super tarde!!!!!! jejeje esperando a los reyes... ;) Me gusta mucho mucho mucho y espero que la continues pronto!!!

María_Reyes dijo...

Me alegro de que te guste!
Ya estoy puesta con el capítulo 9! ^^
Espero colgarlo cuanto antes!

MCHZ dijo...

Hola! Lo haz puesto interesante. Espero saber más de la "naturaleza" de Robert y Matt. Tengo un montón de dudas.
¿Para cuándo el cap. 9?

María_Reyes dijo...

Espero tenerlo para este viernes como minimo! ^^
Estoy escribiendo ahoramismo!

RoRy dijo...

Ya esta el capitulo 9 y justo el viernes ^o^!!
que puntual jeje =)

María_Reyes dijo...

jajaajaa es que los viernes por la noche es cuando escribo mas! :D
Espero que os guste!

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