miércoles, 17 de febrero de 2010

Capítulo 10


Capítulo 10


Regreso al país

de las mentiras

Matt

La fiesta no había terminado, pero lo único que necesito ahora es descansar. Así que se lo digo a Alex, que está demasiado ocupado con Carlota. Todavía no se han liado, pero me temo que si la cosa sigue así, no les queda mucho tiempo para terminar boca contra boca. La verdad es que me alegro por ellos, desde el primer momento en que sus miradas se encontraron, se gustaron. La atracción es demasiado clara. Me despido de Enrique, y busco a Rachel. Pero ella no está. Desde que empezó a la fiesta no la he vuelto a ver, y me hubiera gustado hablar con ella después de lo que pasó.

Desde el primer momento en que decidí alejarme de ella, sabía que me había equivocado. Pero cuando las cosas son como son en mi vida, todo tiene que estar planeado. Y la llegada de Rachel a mi vida no estaba planeada.

Hoy fue un día duro. La visita de mamá, todo lo que paso con Robert, y para terminar, todo el cacao mental que tengo con Rachel. ¿Por qué las cosas tienen que ser tan difíciles en mi vida? ¿No podía haber sido yo un chico normal? Y todo por su culpa. El odio volvió a aparecer en mis venas, como veneno, dejándome casi sin aliento. Hacía mucho tiempo que me había acostumbrado a sentir esto en la piel, esta sensación de angustia cuando pensaba en todo lo que yo podía haber sido, y en lo que seré por su culpa.

Me tumbo en la cama rendido, pero antes de dormirme decido darme una ducha. Me levanto de la cama y miro por la ventana. No queda ni rastro de la hoguera. Todos deben de estar borrachos o perdidos por el bosque, o quizá en camas ajenas. Estos días son los ideales para conseguir un embarazo no deseado, porque desde hace bastante tiempo no se ha visto preservativos por el internado. ¿Una simple muestra de lo poco que estamos interesados los alumnos en el sexo? No me lo creo. ¿O más bien una muestra más de autoridad de nuestro queridísimo director?

Enciendo la ducha y me meto debajo. Un buen remojo antes de irse a dormir nunca viene mal a nadie.

¿Dónde estará ella ahora? Había tenido demasiado tiempo esta noche para pensar en ella. Y cuando la busqué, no la encontré. ¿Por qué tendré tan mala suerte?

Aunque eso es lo mejor, alejarme. No gano nada intentando hacer algo que nunca llegará a nada. Sus palabras vuelven a sonar en mi mente, y el odio vuelve a mis venas.

Tantas veces me he preguntado por qué a mí… Siempre me recuerda que nunca podré ser alguien normal, alguien que pueda tener una novia, casarse, tener hijos y un trabajo. Él siempre me recordó que estaré a su sombra.

La elección en la vida es lo que nos termina indicando nuestro verdadero camino. Si elegimos bien, de mayores seremos recompensados. Pero si elegimos mal, la oscuridad se apoderará de nuestra alma.

Yo nunca podré tener esa elección. Ya eligieron por mí.

Salgo de la ducha empapado y me seco rápidamente. Oigo la puerta de la habitación cerrarse, y unos suspiros seguidos. Salgo del baño con la toalla atada a la cintura y miro a la silueta que está tumbada sobre una de las camas. El hermano de Robert.

Ismael tiene los ojos cerrados y el brazo sobre la cara. Parece cansado. Miro a los lados. No hay rastro de Robert. Suspiro, cojo mi pijama y vuelvo al baño.

¿Y si…? Entonces vuelve a mi mente la conversación de Robert con Ismael sobre Rachel. ¿Y si él está con ella? Siempre intenta quitarme lo que más deseo, y en esta ocasión no va a ser diferente.

-¡Mierda! –doy un puñetazo en la pared y me hago sangre. Pero entonces cambio de idea y, en vez de ponerme el pijama, cojo un chándal y salgo lentamente de mi habitación. Ismael se ha quedado dormido.

Julio nunca me contó donde tenía las instalaciones para entrenar a Robert. Siempre que le pregunté, dijo que no era asunto mío. Pero toda la vida encerrado en esta mierda tenía que valer para algo, ¿no?

El día que descubrí donde guardaba todos su artilugios Robert fue el día que lo descubrí todo. Ellos piensan que no tengo ni idea, que solo sé todo lo que me quisieron contar, pero no. Había nacido con esta sangre, esta maldita sangre de la que no podía libarme, así que iba a utilizarla para algo. Y así lo hice.

Seguí a Robert en uno de sus días de entrenamiento. El internado es una simple fachada para todo lo que lleva en su interior. Y él solito me condujo al portal. Una simple clave y podíamos viajar hasta el verdadero St. Gaifen.

Pero no fue ese día el que lo descubrí todo. Era demasiado peligroso bajar sabiendo que tanto Julio como Robert estaban dentro. Así que me dediqué a mirar dentro de la sala en la que estaba. Había muchas armas empaquetadas en cajas. Pistolas y, sobretodo, espadas. Pero no eran armas corrientes. No había a penas luz, y las espadas relucían como si miles de luciérnagas estuvieran dentro de ellas. Las pistolas eran de un metal muy caliente y jamás, en toda mi vida, olvidaré su forma. Parecía como si el mismo metal se estuviera quejando de dolor. Eran retorcidas, y sus dibujos eran tan espantosos que parecían que chillaban de dolor. Habría seguido buscando en las cajas alguna pista, pero la luz del alba lo cubrió todo. Y con ella, todo desapareció.

Más bien, no desapareció, sino que todo quedó camuflado. Lo que habían sido cajas fueron remplazados por muebles llenos de polvo, cubierto por telas viejas. Una perfecta fachada para que nadie se interesase por lo que había en su interior. Y supe que había llegado el momento de largarse de allí.

El fantasma de mi pasado llevaba atormentándome desde que supe parte de la verdad. Nunca quisieron contarme todo, decían que no era necesario. Y todavía sigo pensando que, de haber sabido lo horroroso de todo esto, a lo mejor me lo hubiera pensando antes de averiguar lo que en realidad era. O más bien, lo que no era.

Cuando salí todo se veía más claro. Lo que yo no sabía era que esa claridad iba a convertirse en oscuridad dentro de poco.

Volví pasado dos días. Y entonces lo descubrí todo. Fue ese el momento donde empecé a entrenar enserio. No podía dejar que ellos me utilizaran como quisieran, y tenía que aprender a defenderme. Nunca volvería a ser el chico indefenso. Y nunca volví a serlo.

Y ahora volvía a ir al lugar donde había encontrado mi verdad para enfrentarme de nuevo a ello después de más de un año. Iba a ser duro. Pero era lo que tenía que hacer. Había retrasado demasiado este momento, esperando estar preparado, y nunca lo estaba.

* * * * *

El portal estaba totalmente tapado con una tela blanca que lo cubría por completo al ojo humano. Pero yo no era humano y podía verlo perfectamente. La habitación estaba llena de cajas y todo estaba oscuro, hasta que destapé el portal. Entonces la habitación se llenó de una luz diferente a la de los rayos del sol, diferente a cualquier luz que podríamos encontrar en un lugar normal. Nunca una luz podría haber trasmitido tanta oscuridad.

Metí la clave rápidamente y las puertas se abrieron. Si antes emanaba luz de su interior ahora todo era un remolino de colores. El portal me atrajo hacia su interior, precipitándome al vacío. Pero esta vez estaba preparado y el miedo que sentí la primera vez no me cogió por sorpresa.
Pasaron tres minutos, y mi cuerpo chocó con el suelo. Durante unos segundos todo era negro. Debería de haberme preparado también para el golpe al caer.

No podía moverme, me dolía todo el cuerpo, y la oscuridad me rodeaba como si fuera mi mejor aliado. Y en cierto modo así era. No podía permitirme el lujo de que me descubrieran. Eso era demasiado peligroso. Así que durante otros cinco minutos no me moví. Tampoco es que pudiera hacerlo.

Pasaron otros cinco minutos más y entonces decidí hacer un intento. Mis manos respondieron a las órdenes de mi cerebro y empezaron a hacer pequeños movimientos, mientras todo el cuerpo recibía descargas eléctricas debido a la falta de movilidad y a la caída.

Pero en cuanto empecé a moverme todo funcionó al instante. Fue como si tiraran de mí, como si una fuerza me impulsara para adelante. El cambio de energía en un cuerpo materia era normal en este lugar. Lo había leído en unos libros que cogí la primera vez que vine aquí. Me había pasado noches enteras pegado a la lámpara de mi habitación, o con una linterna para que Robert no me pillara.

Cuando por fin consigo ponerme de pie miro a mí alrededor. Todo está como yo me lo imaginaba, nada había cambiado. Lo que al principio me pareció un suelo rígido y de forme, en realidad era un campo abierto. Era de noche y yo estaba rodeado de piedras que trazaban un círculo. El otro lado del portal. Naturalmente, el portal no era tan alucinante aquí, porque lo que arriba era algo alucinante aquí se convertía en la cosa más natural del mundo.

Por lo que pude ver, no había mucha actividad, así que me dirigí rápidamente hacia el gran edificio que había enfrente de mí.

Tengo que tener en cuenta que pueden pillarme, así que me fundo con las sombras en cuanto puedo. Vuelvo a mirarlo todo. Alguien normal catalogaría este lugar como algo hermoso y tenebroso a la vez. Algo frío y distante, con una apariencia que te invita a ir hacia él, pero donde todo es peligro. Me río. Podríamos decir que así son Robert y Julio. Ellos se sienten bien en este lugar, es su casa. Y yo no debería sentirme libre aquí. Este sitio debería repudiarme. Y en cambio, lo único que quiero es estar aquí.

He tenido muy pocas conversaciones normales con Robert, pero una de ellas fue cuando me explicó lo que se sentía al estar libre. Y aunque no me dijo, yo sé que así se sentía cuando pisaba este lugar. Su casa. Porque cuando está en el internado, se siente como un extraño, como un intruso. Eso es él. Un intruso que se intenta apoderar de odio humano, para utilizarlo en su contra. ¿Y qué soy yo? Él nació del odio, pero yo…

Oigo un sonido a mi espalda y me muevo rápidamente por las sombras de el edifico principal. Se ha abierto una puerta, así que me adentro con facilidad antes de que se cierre.

Ya dentro, todo huele a antiguo. Y a poder. A simple vista la habitación que da a la calle parece un pasillo normal. Pero la sensación que recorre el aire te indica todo lo contrario. La última vez que estuve aquí la sala de entrenamiento estaba en el sótano. Lo recuerdo todo tan bien…

El día en que puse por primera vez mis pies en este lugar llevaba dos años entrenándome. Pero esa sala… en un día avancé el doble que en dos años. Entonces fue cuando entendí porqué Robert siempre me superaría. Él tenía a su disposición este lugar, aunque con algunas reservas. El internado era una simple tapadera, un porta a este mundo desconocido por todos. O por casi todos.

Y aquí estaba otra vez. Simplemente porque quería volver a sentir la sensación de poder que sentí la última vez. Ese poder puedo perderlo, pero también puedo aumentarlo, y eso es exactamente lo que iba a hacer ahora.

Todo estaba oscuro. El vestíbulo es muy grande. A la izquierda dos sillas estaban apoyadas contra la pared, al lado de una puerta cerrada. A la derecha solamente había una puerta que conduce a una habitación sin luz. Al fondo hay escaleras y una gran puerta abierta de par en par deja ver un patio. Oigo pasos y decido esconderme en la habitación de la derecha.

-Él volverá pronto. Todo tiene que estar preparado. –dice la voz de una mujer que se pasea por el vestíbulo.

-Hace mucho tiempo que no le tenemos con nosotros. ¿Cree que el señorito volverá con él? –dice la voz de una muchacha más joven. –Hace un año que el señorito Robert no vuelve a venir por aquí.

-Me da igual si Robert vuelve. El que ahora importa es Julio. Así que quita esa cara de tonta, ya sabes que Robert jamás se fijara en una chica como tú. Él prefiera a las de arriba.

-Pero el señor Julio dice… -empieza a decir la chica.

-Me da igual lo que diga Julio. –la corta la que parece que está al mando. –Mientras que el señor Deblash no esté, yo soy la que manda. Y se hará como yo diga. La noche de la Luna Roja la puerta se abre, y tenemos que hacer lo que sea para que nadie salga herido. ¿Te he contado lo que pasó la última vez?

-Si, señora. Me lo ha contado muchas veces. –la chica parece cansada. Robert tiene admiradoras por todos lados.

-Bien, pues ya sabes. Ahora ve a ver si es cierto que las alarmas han saltado.

-Si, señora. –oigo unos pasos alejarse y otros acercase. Y antes de que pueda moverme para esconderme mejor, la chica ha abierto la puerta.

Yo me levanto rápidamente y ella ahoga un grito. Le tapo la boca con mi mano y me colocó detrás de ella, inmovilizándola. Mientras, cierro la puerta con el pie. Ella me mira asustada.

-No hagas ruido. No voy ha hacerte nada, ¿vale? –Ella asiente despacio. –Ahora me tienes que prometer que no vas a chillar cuando quite la mano. –ella vuelve a asentir. Y yo me dispongo a quitar la mano, consciente de que este puede ser mi fin. Pero ella mantiene su promesa. Y entonces sus ojos pasan del miedo a la sorpresa.

-¿Quién eres? ¿Vienes de arriba? –es lo primero que me pregunta. Entonces yo me relajo y la miro. Es una chica bonita, de ojos verdes, pelirroja y más bajita que yo.

-Soy Matt. –le tiendo la mano, y veo que sus ojos cambian. Y entonces veo que he cometido mi segundo error esta noche. No debería de haberle dicho mi nombre. Parece que ella comprende, y hace como si no supiera nada.

-Yo soy Kathy. –me estrecha la mano, y me mira con curiosidad. –La verdad, me esperaba algo diferente de ti. –dice con descaro. –Todos decían que te parecías mucho a tu madre, pero yo te encuentro más parecido con tu padre. –Eso me sienta como un jarro de agua fría, porque el peor insulto que me pueden dedicar es decirme que me parezco a mi padre. -¿Qué haces aquí? Esta prohibido para ti, y lo sabes.

-Haces demasiadas preguntas, ¿lo sabías? –veo que ella se mueve y entonces enciende la luz. Se acerca a la puerta y la cierra con llave.

-Puedes contármelo, no se lo diré a nadie. Eres lo más interesante que ha pasado últimamente por aquí.

-Me alegro de servirte de distracción. –miro la habitación. Una cocina. Bueno, en realidad es una gran cocina. –Mira, no tengo toda la vida. Tienes que decirme donde está el… hem… centro de entrenamiento…

-Tengo prohibido ir allí. Solamente puede entrar a allí…

-Lo se, lo se. –le digo cortándola. –Pero las reglas están para romperlas, ¿no? –Miro a la muchacha. Y me doy cuenta que no sabe nada acerca de las normas. Es demasiado idiota para darse cuenta. Otra de las cosas que aprendí de esos libros era que a todos los sirvientes les lavaban el cerebro. Siento pena por ella, jamás podrá salir de aquí. –Llévame allí y te contaré todo lo que quieras del mundo de arriba. –le digo muy convencido. Ella acepta y me indica que la siga por una puerta que conduce al sótano. Como recordaba.

Nos adentramos en la oscuridad, y en pocos minutos tengo delante de mí la puerta que da a la sala de entrenamiento. Demasiado fácil.

-Aquí tienes que seguir tú solo. No entraría ahí ni por todo el oro del mundo. –durante el camino he estado respondiendo a todo tipo de preguntas. Ese era el trato.

-Bien, muchas gracias. Nunca olvidaré tu ayuda. –ella se va y yo me dispongo a entrar de nuevo. Toda la emoción contenida corre ahora por mis venas.

Coloco mi mano en el pomo de la puerta pensando en la chica. Con qué poco he podido hacer con ella lo que he querido. Y, ¿quién sabe si la volveré a ver? La emoción se convierte en tristeza cuando alguien me toca el hombro. Me pongo tenso.

-Aquí está, como le dije. –dice Kathy detrás de mí.

-Matt, ¿qué haces aquí? –conozco esa voz. Me doy la vuelta, dispuesto a encontrarme con Julio. Pero no.

-¿Qué haces tú aquí? –preguntó confuso.

-Eso mismo te estoy preguntado yo…

viernes, 15 de enero de 2010

Capítulo 9

























Capítulo 9

La noche de la hoguera

Rachel

-Vamos, chicas, os esperamos en la puerta que da al exterior. ¡No tardéis! –dijo Alex riéndose.

-¿Estás hablando en serio, Alex? ¡Son mujeres! Seguro que tenemos que esperarlas hasta que nos den las tantas, -contestó Enrique, ese chico que también iba en la pandilla. En estos días había conocido al compañero de habitación de Enrique, Eloy. Él es un chico reservado, y no hemos hablado mucho. Carlota me dijo que con el único que había congeniado había sido con Enrique. Esta noche Eloy no se venía. Enrique había dicho que se había ido a pasar el día a la cuidad con sus padres. Así que esta noche estábamos Alex, Matt, Enrique, Carlota, Narcisa y yo. Solos antes el peligro. Eso mismo dijo Carlota antes de cenar. Y yo le pregunte que cuál era el peligro. Ella me dijo que se llamaba Robert y que tenía unos preciosos ojos azules.

-¿De qué estás hablando, majo? Nosotras podemos subir a la habitación y cambiarnos de ropa, arreglarnos y maquillarnos y estar aquí antes que vosotros. –dijo Carlota riéndose.

-No te creo –mi hermano se adelantó y se puso enfrente de ella.

-¿No? ¿Qué te apuestas a que estoy antes que tú aquí abajo, cambiada y maquillada a la perfección? El que gane, tendrá a su disposición al perdedor durante una semana. –dice Carlota mirándole fijamente. Yo miro a Narcisa y me río en silencio. Ella hace lo mismo.

-Trato echo. –se dan la mano. –Te aseguro que te voy a ganar.

-Más quisieras, -le contesta ella.

-¿Queréis parar? De verdad, sois como críos, -dice Matt. Le miro. Sigue tan guapo como siempre. No hemos vuelto a estar a solas, ni quiero. Él me devuelve la mirada. Esta noche está muy raro, más raro que de costumbre.

-Venga, vámonos. Hoy alguien va a perder. –dice Alex, mirando a Carlota. Luego le guiña un ojo, se da la vuelta sonriente y se va. Ella le saca el dedo y se gira dispuesta a irse. Igual que dos críos.

Vamos andando y en cuanto nos despedimos en el pasillo, Carlota sale corriendo, mientras se ríe. Nosotras salimos detrás de ella, y la alcanzamos.

-Verás cuando gane al idiota de Alex, ¡tendrá que hacer lo que yo diga al menos durante una semana! –y sigue riéndose mientras entra en la habitación. Carlota va derecha al baño.

-¿Y qué le pedirás? ¿Qué te lleve a la cama? –bromea Narcisa cerrando la puerta. Carlota saca su cabeza del baño y repite el gesto con el dedo. Yo me río.

-Venga, lentas, tenéis que empezar a vestiros, ¡tengo que ganar! –Carlota sale del baño solo con la ropa interior y va a su armario, de donde saca una camiseta azul marino, una minifalda de las que cortan la respiración y unos zapatos azules marino.

-La que ha apostado eres tú, -le digo yo,- nosotras podemos tardar el tiempo que queramos. –Y en unos segundos Carlota ya está vestida. Vuelve a ir al baño para maquillarse.

-¿Os queréis perder la cara que pondrá Alex cuando vea que ha perdido? –se vuelve a reír.

-Más bien cuando vea al diablo con tacones y con minifalda. –dice Narcisa, que está sacando su ropa. Yo abro mi armario y empiezo a remover mi ropa. Hoy no hace frío así que… ¡Aquí está! Saco el vestido verde que me regalaron en mi último cumpleaños. No he tenido el tiempo suficiente de estrenarlo, así que esta noche le toca. Voy hacia el baño, y Carlota ya está arreglada. La miro y sonrío. Parece como si no hubiera tardado cinco minutos en arreglarse.

-Adiós, chicas, luego nos vemos. –y vuelve a salir corriendo. Narcisa y yo nos reímos mientras nos vestimos.

-¿Crees que esos dos terminaran esta noche bien? –me pregunta ella.

-¿Bien? ¿En qué sentido? ¿Si terminarán juntos? –ella asiente. –No se. Carlota está por la negativa, aunque mi hermano está deseando. –yo me río y salgo del baño ya vestida.

-¿Y tú? –dice Narcisa mirándome. –Ese vestido lo dice todo: hola, busco chico que sepa como se quita este vestido. –y se ríe.

-¿Crees que es excesivo? –le pregunto. –Tampoco es tan corto. Carlota va peor.

-Para Matt no será excesivo, -yo pongo los ojos en blanco. –O para Robert. –ella me mira, y ya no existe esa sonrisa en sus labios.

-Narcisa, yo no sabía que tú habías estado con él... -y se ríe.

-No lo digo por eso. Lo digo por tu bien. Yo ya no siento nada por Robert, -la miro, sin saber si creérmelo. -¡Lo digo en serio! Robert ya no me importa. Pero tú deberías de tener cuidado con lo que haces. Él puede ser el chico más divertido del mundo, el más ingenioso, pero también el más cabrón y el más capullo. Ten cuidado.

-Lo tendré en cuenta.

-Entonces, ¿has quedado con él esta noche? –yo la miro, y rápidamente le cuento todo lo que ha pasado con él. Lo de la tarde, y lo de la noche. Y cada vez veo como sus ojos se hacen más grandes.

-Y nos despedimos, bueno, no nos despedimos, yo me fui y punto. –silencio, ella está sumiendo las cosas, y yo me río.

-Me has dejado K.O. Aunque no me creo la fachada que Robert te ha presentado. Algo es claro: tú le gustas, y eso puede ser muy bueno y muy malo. –ella me mira, muy seria, el rato de diversión ha pasado, -te lo digo en serio, Rachel, él es peligroso. Ten cuidado esta noche.

-Narcisa, ¡pareces mi madre! –yo me río. -¿Qué peligro puede tener él? No digas tonterías.

Y ahí queda nuestra conversación. Terminamos de arreglarnos rápidamente. Narcisa se ha puesto una camiseta blanca y naranja y unos pantalones cortos. Va muy graciosa. Salimos al pasillo y pronto llegamos a la puerta que da al exterior. Allí ya están todos esperando. Carlota tiene cara seria, y yo sonrío cuando la veo: ha perdido. Narcisa también se da cuenta y empieza a reírse.

-¡Tanta prisa para nada! ¿Ves? Al final has perdido. –Alex se ríe y se acerca a mí.

-Vaya, hermanita, esta estupenda. –yo sonrío. Él lleva una camisa azul celeste y negra y unos vaqueros.

-Tú también, aunque sigues siendo igual de feo, -nos reímos y entonces nos unimos a los demás. Hay saludos y risas entre nosotros. Y luego nos dirigimos al lago. Hoy es noche abierta y no hace frío.

Carlota está de morros y Alex va detrás de ella, hablándole al oído. Ella intenta que no se le note, pero no puede ocultar su sonrisa. Ellos cada vez están más cerca el uno del otro, sus cuerpos se rozan lentamente, y ella ya no le evita. Yo me alegro por ellos. Dentro de poco les tendremos juntos. Sonrío y desvío la mirada, y me encuentro con la mirada de Matt. Él rápidamente aparta sus ojos de mí, y yo me acerco a él.

-¿Tienes miedo de mirarme? –le susurro. Le veo sonreír entre las sombras.

-Yo nunca tengo miedo. –me contesta.

-No te creo. No se porqué ya ni me miras, ni me hablas, no lo sé, Matt. Pero no quiero estar así. Yo estaba enfadada. Me habías hecho creer que la culpa era mía. Pero ahora el que aparta la mirada eres tú.

-No intentes comprender lo que no tiene sentido. No intento hacerte creer nada. La culpa de que yo no te besara otra vez no la tiene nadie.

-¿Besarme otra vez? ¿Es que los tíos no pensáis en otra cosa? Yo estoy hablando de que pasas de mí, Matt.

-No paso de ti…

-Si pasas de mí… ¡encima no lo niegues! –le pego un pequeño puñetazo.

-¡Yo por lo menos no me tomo esto a broma! –él se ríe.

-Tú pasas de mí, después de besarme y hacerme creer que todo irá bien, cuando el primero que sabe que eso no es verdad eres tú.

-¿Ves? Tú también has sacado el tema del beso.

-¿Quieres parar de esquivar el tema, Matt? Quiero hablar de esto. Después de lo que pasó entre nosotros tú te distanciaste, y no lo entiendo.

-Es demasiado complicado. –él me mira. Yo aparto la mirada y me encuentro con que mi hermano nos mira. Nos hemos apartado de los demás, y Alex se ha dado cuenta. Carlota aparece a su lado y le dice algo y él se da la vuelta. –Rachel, créeme cuando te digo que si pudiera estaría contigo. Que el otro día fue mágico para mí. Pero cuando uno se para a pensar ve cosas que no están bien.

-Matt, yo no te he dicho que estés conmigo. Solo quiero que no te alejes. Solo te estoy diciendo que seamos amigos.

-Yo nunca podría ser amigo tuyo… -él me mira intensamente, y por un momento creo que me va a volver a besar, pero se para. –Pero lo intentare, si eso es lo que quieres. –Matt sonríe tristemente y yo suspiro.

-Sí, eso es lo que quiero. Y ahora vamos a la fiesta. –yo me doy la vuelta y empiezo a andar. Él no me sigue, se queda parado, y yo regreso con los demás. Narcisa me mira y yo le lanzo una mirada tranquilizadora. Todo ha salido bien, más o menos. Esto debería haber sido así desde un principio. Pero yo misma no me lo creo, dentro de mí sé que he sido dura, y una borde.

-Vamos, -dice Matt detrás de mí. –Necesito un poco de alcohol. –Alex le pasa el brazo por el hombro y Matt hace lo mismo. Ellos van juntos, los más adelantados de todos. Narcisa se está riendo de Carlota mientras ella intenta ignorarla, pero las dos terminan riéndose. Yo voy a su lado, y de vez en cuando intercambio algo con ellas, pero no me encuentro aquí. Estoy muy lejos, en una cabaña, con Robert. Allí es donde me gustaría estar. Esta noche le veré, me dijo que iba a estar en las hogueras. Es extraño que tenga tantas ganas de verle. Entonces vuelvo a pensar en Matt, en todo lo que ha pasado y me siento mal.

Llegamos al lago. Hay mucha gente, y apenas puedo reconocer a nadie. La hoguera esta en medio de todo, es como el centro de universo. Se oye música, y parece como si el fuego bailara al son de los compases. El gran fuego es uno más, deseoso de encontrar un lugar en el que sentirse bien. Los adolescentes se mueven si parar, hablan, cotillean y no paran de bailar y beber. La noche es preciosa, llena de estrellas, sin los humos de la ciudad. Estar en plena naturaleza tiene sus ventajas.


Nos acercamos un poco más al fuego. La hoguera es enorme, y en su interior se puede ver la leña, y algunas sillas y mesas viejas. No hay mucha gente a su alrededor, al fin y al cabo estamos acabando el verano. En el agua hay gente bañándose. Se oyen risas y algunos insultos. Seguro que todo el internado está aquí metido. Me pregunto quién habrá organizado todo esto.

Mesas llenas de comida y bebida, y una en especial para la música. Un chico con una gorra es el que pone la música mientras baila. Y en menos de un segundo mi hermano, Matt y Enrique han desaparecido. Carlota hace un comentario brusco acerca de Alex y Narcisa y yo nos reímos.

-Esperad, voy a por algo de beber, -dice Narcisa y se pierde entre la multitud. Yo miro a Carlota y sonrío.

-¿Ves algo que te guste? –me pregunta ella.

-¿Yo? –me río. -¡Qué va! No vengo por eso. -Entonces vuelvo a ver a mi hermano, que está hablando con una chica rubia muy guapa. –Aunque creo que tu deberías de estar atenta –le señalo a la chica rubia. –Te van a quitar la mercancía.

-¿Llamas a tu hermano mercancía?

-No me cambies de tema. Y no seas tonta, mi hermano no es la peor persona del mundo. Sé que la cagó, pero se lo esta currando.

-Sí, especialmente hablando con la rubia. –le cojo del brazo y voy adonde está Alex. Y entonces veo a Matt bailando con una morena. Carlota también le ve.

-Parece que no eres a la única que se le va la mercancía. –Carlota se acerca a Alex y le besa. La chica rubia los mira, con la boca abierta, y yo no puedo aguantarme la risa. Alex, al principio, no se mueve, pero luego se nota como disfruta del beso. Carlota no se aparta de él hasta que la chica rubia se va. Y yo me río aún más.

Entonces noto una mano que me agarra el brazo por detrás y que me arrastra. Dejo de reír y me doy la vuelta. Y me encuentro con los ojos azules más hermosos que ha habido sobre la tierra. Veo que Robert sonríe y yo le sonrío también.

-¿Qué pasa? ¿Tienes que secuestrarme otra vez?

-Creo que quieres venir tu solita…

-¿Sí? –vuelvo a ver a Matt y a la chica morena, y cojo a Robert de la mano. –Vamos a bailar, -le digo. Robert lleva unos vaqueros oscuros y una camisa blanca, que le hacen aún más sexy de lo que ya era. Él se adelanta y me atrae hacia él mientras una nueva canción hace su presencia. Y nos volvemos el centro de todo. Nos reímos y seguimos bailando, mientras todo el mundo nos mira. Y yo me olvido de Matt, de mi hermano, de la chica morena y de la rubia. Me olvido de todo. Solo Robert y yo.

Después de cuatro canciones, ponen una canción lenta y bajan las luces. Todo está más oscuro. Robert me acerca a él y veo que sonríe.

-No te lo he dicho, pero estás muy guapa. –me susurra Robert en la oreja.

-Eres un pelota… -me río, mientras él me da la mano y hace que gire.

-Solo digo la verdad… Yo nunca miento. –Yo le miro con la ceja torcida. –Bueno… solo a veces. –nos reímos. La canción termina, y deja paso a otra más movida. Todos empiezan a moverse más rápido. -¿Quieres algo de beber? Yo estoy sediento. –yo asiento, y él sale rápidamente de la pista de baile.

Él va a una de las mesas donde está la bebida y se llena un vaso de agua.

-Robert Deblash, el chico peligroso solo bebe un vaso de agua en una fiesta. –me río y me lleno otro vaso de agua.

-No me gusta el alcohol. –se ríe. –A mí no me hace efecto.

-¡Anda! ¡Mentiroso! Es imposible que el alcohol no te haga nada.

-No miento, ya te lo he dicho antes. Yo nunca miento. –se termina su vaso de agua y lo aplasta. -¿Por qué no nos vamos a otro sitio más… privado?

-Cuando hablas así es mala señal –me río. Él me coge la mano y se va por detrás de las mesas.

-Ahora vas a cerrar los ojos…

-¿Para qué? –seguimos caminando, mientras nos adentramos en el bosque.

-Lo siento, Rachel, pero no puedo enseñarte cómo llegar adonde vamos. Es demasiado para una humana como tú. –yo me río, y él se hace el serio, pero termina riéndose.

-¿Una humana como yo? ¿Tú que eres? ¿Un demonio, o qué?

–Venga, no te hagas de rogar y cierra los ojos. Al final valdrá la pena. –yo me doy por vencida y cierro los ojos. –Bien, vamos. –Empezamos a andar y él me dice cuando tengo que girar y cuando seguir recta. -¡Cuidado Rachel, un escalón! –me paro y alzo la pierna, pero no encuentro donde pisar, así que me caigo. Robert, rápidamente me coge de la cintura, evitando el golpe, mientras se ríe. Y entonces me doy cuenta de que no había escalón ninguno.

-¡Eres un traidor! –le pego en el pecho. – ¡Y un mentiroso! No hay escalón, ¿verdad? –él me coge las manos, mientras sigue riéndose y me quita la venda.

Al principio, no veo nada. Todo está oscuro. Pero luego empiezo a ver sus ojos, que relucen en la oscuridad. No me cansaré de mirar esos ojos. Desde el primer momento, delante de aquel cuadro, me quede embobada cuando me miraron. Me atraparon. Y todavía lo siguen haciendo. Robert me coloca el pelo y sonríe. Y su sonrisa también reluce en la noche.

-No te preocupes, no te dejaría caer. Jamás dejaría que te cayeras.

-Ya, claro. Lo dice un mentiroso profesional. –él me coge las manos mientras sigue sonriendo y una corriente me recorre por todo el cuerpo cuando sus manos tocan las mías. Nuestros cuerpo están pegados, y cada vez hay más intensidad en nuestras miradas.

-¿Sabes? –dice Robert apartándose un poco. –Creo que este internado será mucho más interesante con tu llegada. Todo era demasiado aburrido antes. Tú y mi hermano habéis hecho que valga la pena estar aquí.

Entonces todo dentro de mí se mueve. Mi mente no es capaz de decir nada, mientras piensa en todo lo que ha dicho Robert con esas pocas palabras.

-Me alegro de servirte de entretenimiento, -le digo sonriendo. Entonces le cojo de la mano, y antes de que pueda decir algo, tiro de el. –Quiero que me enseñes ese lugar. Y se está haciendo tarde, así que nada de hablar hasta que lleguemos.

Robert se adelante, y ahora es él el que tira de mi. Yo no veo nada. Seguro que él ha hecho miles de veces este recorrido. Y seguro que se ha traído a miles de chicas a este lugar secreto.

Y llegamos a un pequeño castillo que por su imagen, tiene que tener muchísimos años. No es como esos castillos de la televisión, que son enormes y han sido todos reformados. Este es antiguo, y más hermoso que los otros.

-¿Cuántas chicas te han acompañado hasta aquí? –le pregunto mientras pasamos por la puerta del castillo. Por un momento hay silencio, pero luego se decide a hablar.

-Tú eres la primera. –Robert lo dice muy serio, como si no quisiera hablar.

-¡Anda! Seguro que todas tus chicas han venido aquí.

-Pues no. –Robert me mira, y yo me quedo en silencio. -¿Decepcionada?

-No, sorprendida. Es muy raro que no las trajeras aquí. Es un lugar maravilloso. –Subimos unas escaleras que dan a la azotea y nos quedamos parados.

-Espera aquí. Voy a por unas cosas. –Robert se da la vuelta, y cuando está a punto de irse se gira hacia mí. Veo que sonríe. Se acerca y me sonríe. Por un momento creo que se me va a parar el corazón –Gracias por venir. La oscuridad de la noche es más agradable contigo. –Se da la vuelta y se va.

Pasan varios segundos hasta que vuelvo a respirar. Por un momento pensé que iba a besarme. Aunque eso no es lo que buscó. Me toco el pelo, peinándomelo, mientras una brisa de aire ayuda a los pelos rebeldes a escapar. Vuelvo a mirar a mí alrededor, y todo me parece más maravilloso que antes: un castillo, en el centro del mundo, en una noche llena de estrellas. Un cuento de hadas, vaya. Y a mí nunca me gustaron esos cuentos. Me río para mí. Siempre odié las princesas que no tenían uso de la razón, y que simplemente pensaban en casarse con un príncipe, que siempre las rescataba, y que era guapo y apuesto. Y mira por donde, ahora estoy yo aquí, en la cima del mundo, con un chico peligrosamente atractivo, al que quiero besar, cosa que no estaría bien. ¿Y cuándo me importó a mí que es lo que estaba bien y que es lo que estaba mal? Yo creo que nunca. Este internado tenía atrapada a mi otra Rachel. Y yo estaba apunto de sacarla. Solo tenía que aparecer Robert, acercarme a él y besarle. Y otra vez, la chica rebelde que estaba en mi interior empezaba a ganarle sitio a la que se había puesto en su lugar cuando llegué aquí. Robert vuelve a aparecer, y yo me acerco a él. Cada vez que lo miro, creo que está más guapo. Y cuando me decido a hacer algo, él me impresiona. En la mano lleva una cesta de camping y un mantel.

-¿Me echaste de menos? –dice sonriendo. Yo no puedo contestar, porque el Robert que yo me había hecho en la mente había sido sustituido por otro mucho mejor: es un chico creído, sí, pero con un encanto natural. En ese momento, las ganas de besarle aumentaron.

-No, he estado pensando en lo que me dijiste de la oscuridad. Una noche de hogueras debería traer alegría, ¿no?

-¿Alegría? –Robert se ríe, mientras empieza a colocar el mantel en el suelo. –Si eres una bruja a las que le gusta hacer conjuros alrededor de la hoguera quizá.

-Vamos, no te pongas en plan: soy el rey del mundo, mira que guay soy. –le digo arrendándole. Él se queda muy serio y me mira.

-Rachel, yo soy así. Búscate a otro en Google que intente superarme.

-¿Superarte en qué? ¿Engreído, sin escrúpulos, y un poco cabroncete de vez en cuando? Seguro que es fácil de encontrar. Todos los tíos tenéis algo de capullos en vuestro interior.

-Y todas las tías tenéis algo de arpías que os hace… complicadas.

-Y terriblemente sexys. Ningún chico podría vivir sin mujeres.

-¡Claro! Pregúntaselo a Alejandro Magno. Seguro que estaría encantado de vivir solo con hombres.

-Los verdaderos placeres de la vida vienen en pequeños frascos, ¿lo sabías? Estar rodeado de hombres sería insoportable incluso para una persona como Magno.

-Vale, ¿por qué no dejamos de discutir de las preferencias sexuales de Alejandro Magno y nos dedicamos a comer? La idea me atrae muchísimo más. –Robert me coge de la mano y se sienta en el mantel. Yo me siento a su lado –Luego te quejarás… pero he traído un mantel y todo para que no te manches…

-Yo solo me quejo cuando intentas hacer que me caiga al suelo… -él abre la cesta y empieza a sacar bocadillos.

-¿De qué lo prefieres? ¿Paté? –Robert me pasa un bocadillo y yo le miro con los ojos abiertos.

-Ya decía yo que esto era demasiado…

-¿Demasiado? ¿Crees que he traído muchos bocadillos?

-No, creo que era demasiado perfecto como para traer una cena en condiciones. Se me había olvidado que eras un chico… -cojo el bocadillo y empiezo a comer. Robert se acerca y le pega un mordisco a mi bocadillo mientras me mira.

-¿Qué creías que era? Si no te has dado cuenta… -y se mira el paquete.

-¡Eres gilipollas! –Robert se ríe, y vuelve a quitarme otro trozo de bocadillo.

-Me has llamado nenaza y gilipollas. Creo que no debería de haberte preparada esta magnifica cena.

-¡Magnifica cena y una mierda! –veo que él va volver a por mi comida, así que le aparto el bocadillo de su vista. –Y deja mi comida en paz. –Los dos nos reímos y él se acerca un poco más. Yo sigo comiendo, y cuando me doy cuenta, me quita el bocadillo y se lo termina él. Vuelve a sacar otro, y nos lo comemos entre los dos, mientras charlamos de todo y de nada.

Él me habla de su madre, de la relación que tiene con su padrastro, y de su hermano. Y seguimos comiendo, y bebiendo. A veces pienso en qué estarán haciendo los demás, si ya estarán borrachos, o si habrán bailado mucho. Pero no me da envidia cuando miro a Robert. Él me habla de California, de la vida que le gustaría llevar. Y de su padre.

-Me gustaría recorrer el mundo. –Robert tiene la mirada soñadora, y por un momento no queda rastro de ese chico del que todos hablan.

-¿Y por qué no lo haces? No digo ahora, pero cuando termines los estudios, podrías irte, podrías huir de tu padre.

-¿Huir de mi padre? –él sonríe tristemente y entonces me mira. –Eso es imposible. Si yo pudiera hacerlo, ya no estaría aquí. Estaría muy lejos, donde nadie pudiera encontrarme. –Robert aparta la mirada, mientras observa las estrellas. Luego vuelve a mirarme intensamente, y vuelve a atraparme con sus ojos. –Eres de las pocas personas con las que puedo ser yo mismo. –sigue mirándome mientras me acaricia la mejilla, lentamente. Entonces acerca su cara a la mía y me besa. Pero no de una forma tierna, como lo hizo Matt, sino con pasión. Sus besos son cada vez más intensos. Jamás nadie me había besado así. La intensidad con la que Robert hace las cosas, como camina, como mira, como actúa… y como besa. Jamás pensé que alguien pudiera hacerme sentir tantas cosas a la vez.

Nos apartamos para respirar, mientras seguimos mirándonos. Ya no hay burla en sus ojos, como cuando me tapó los ojos. Solo hay ganas de más. Y por lo que veo, creo que yo también le miro así.

-No sabes las ganas que tenía de hacer eso… -Robert se vuelve a acercar y me besa, terminando con un leve mordisco en el labio inferior mientras sonríe.

Entonces el tiempo se para. En toda la noche no volvemos a besarnos, pero nada sería capaz de borrar la sonrisa de nuestros rostros. No hacemos ningún comentario, no lo necesita. Simplemente seguimos hablando de todo lo que nos gusta…

* * * * *

-Gracias por acompañarme.

Son las cuatro y media de la mañana. Las hogueras terminaron hace ya dos horas, y yo llego demasiado tarde a mi habitación.

Robert está apoyado sobre la pared, mirándome muy serio. En toda la noche no le había visto tan serio.

A pesar de que me mira, parece como si no se fijara en mí. Es como si mirara más allá.

-¿Robert? ¿Estás bien? –le preguntó.

-¿Qué? Hem… Sí, creo. –yo le miro atentamente. –No te preocupes, será el sueño. Ya es tarde. Además, me ha parecido oír a mi padre por aquí.

-¿Oír a tu padre? –le miro extrañada. Es imposible que haya oído a su padre, yo no he oído nada.

-¿He dicho oír a mi padre? –se ríe. –Me refería a que creo que está por aquí, vigilando todo eso de las habitaciones… ya sabes. Debería de irme…

-Claro… -Robert se acerca y me aparta un mechón de pelo de la cara. Y me vuelve a besar. Pone sus manos en mi cintura, pegándome a él. Y una corriente eléctrica estaña en cada movimiento, en cada roce o caricia entre los dos. Él se separa un poco, y junta su frente con la mía.

-¿Qué voy a hacer contigo? –dice, mientras cierra los ojos, mas bien para sí mismo que para mí.

-No te compliques. Nos estamos conociendo. –abre los ojos rápidamente, y sonríe.

-Como quieras. Odio las complicaciones. –vuelve a besarme, y se aparta. –Deberías irte a la cama. Las chicas como tú no están seguras a estas horas.

-Si hay chicos como tú alrededor, no estamos seguras nunca.

Robert se va, riéndose, y yo vuelvo a mi habitación. Hoy ha sido la noche más extraña y maravillosa que he vivido…

domingo, 3 de enero de 2010

Capítulo 8


















Nadie dijo que la vida era fácil



Robert



Y ahora, lo peor de todo este rollo: mi padre. La tarde ha sido alucinante: Rachel es mejor de lo que me imaginaba. Se la debía, y se la he pagado. Pero todo terminó mal. Apareció él, mi padre, el que siempre lo jode todo.

He ido a mi habitación antes de encontrarme con él. Me estará esperando, pero que se fastidie y que espere. He cogido el iPod, seguro que mi padre se va a enrollar y va a querer que haga algo por él, así que mientras que lo hago, escucho música.
Miro el reloj. Hace más de veinte minutos que dejé a mi padre esperándome. Seguro que está enfadado. ¿Qué digo? ¡Él siempre está enfadado! Así que eso ya no me asusta.

Bajo las escaleras que dan a la planta baja del edificio. Y allí está, ¡la puerta que me llevará al infierno! La atravieso y salgo al exterior decidido. Hace mucho tiempo que conozco a mi padre, y seguro que no me puede hacer algo peor de lo que me hace continuamente. Entonces vuelvo a pensar en ella, en lo que le he contado. Hace mucho tiempo que no tenía una conversación tan divertida con nadie. Y aunque el tema del que hablamos era sobre cómo mi padre me engañó durante mucho tiempo, no me sentí incomodo. Ella es increíble. Una tarde juntos y no me ha bastado. Tengo ganas de volver a verla, y por un momento contemplo la posibilidad de colarme en su cuarto. Pero no, también me colaría en el cuarto de Narcisa y no tengo ganas de discutir con ella.

¿Qué habría pasado si ella y yo siguiéramos juntos? Es una pregunta que ronda mi cabeza de vez en cuando. Cuando la veo con sus amigas, en clase, en el comedor, siempre que la veo.

Cuando estábamos juntos nos lo pasábamos muy bien. Ella siempre tenía una sonrisa para regalarme cuando veía que mi padre me hacía daño, y no solo físicamente.

Ella es una de las pocas personas que sabe que mi padre me pega. Eso fue la razón para separarnos. Yo no quería denunciar a mi padre. ¿Tiene eso sentido? Ninguno. Es imposible que a él le pase nada. Y si le pasara, ¿qué ganaría yo con eso? Dolor para los que me importan. Quizá por eso sigo con él, por mi madre, y por mi hermano.

Cojo el iPod y me lo pongo. Y la busco: busco la canción. Es muy difícil encontrar una banda sonora a tu vida, y yo ya la he encontrado: “Best of me” suena en mi iPod.
Me lleno de letras, de sonidos, pero sobre todo, de palabras. Suena la primera estrofa: It's so hard to say that I'm sorry. Y la canción continúa. Y el tiempo se para. Y mi vida vuelve a pasar delante de mí, como tantas veces pasa cuando esta canción me pose.

Sigo andando mientras los últimos compases me sirven de guardaespaldas. Siempre he adorado a los Sum 41. Su música es especialmente buena. Desde que los descubrí, con la canción de “With me”, siempre han sido los protagonistas en mi iPod.

Pero la canción termina, y yo me encuentro delante de la que es mi casa aquí en el internado. Es pequeña, lo admito. Pero es el mejor sitio cuando quiero estar solo. Dentro hay luz y se puede apreciar una sombra humana. ¿He dicho humana? Me río antes de entrar de mi estúpido chiste mientras pienso que soy el peor contador de chistes de la historia.

Ni si quiera llamo a la puerta. Es mi casa. Mi padre está sentado en el sofá mientras mira la foto en la que Rachel se fijó.

-¿De qué te reías antes de entrar? –claro, el mejor lector de mentes es mi padre. ¡Cómo si no lo supiera ya!
-Nada, simplemente dudaba de tu humanidad. –le contesto secamente. ¿Dudar? No, es que ni si quiera tienes humanidad.
-¿Y tú si? –Mi padre estaba respondiendo a mi mente, no a mis palabras.- ¿Te crees que por enseñarle tu casucha a esa muchacha y pasar la tarde con ella ya eres un hombre? –él se ríe. Se ríe irónicamente. Se ríe de mí. Y tira la foto al suelo, rompiéndola en mil cachitos. Demasiada fuerza para un simple objeto, le oigo decir en su mente. Y entonces se levanta derecho a la puerta. Pero antes de irse se vuelve a mí. Yo ni si quiera le miro. Tengo la vista puesta en la foto de mi verdadera familia. –Robert, tu eres como yo. Eso nunca lo dudes. –y se gira para irse. –Recoge todo esto, te espero fuera. –Y se va, cerrándola puerta, y dejándome con esa sensación de que tiene razón. De que haga lo que haga, siempre terminaré siendo como él.

Levanto la foto. El cristal está roto y yo no podré hacer nada. La foto solamente tiene unos arañazos producidos seguramente por la caída. El maltrato físico incluye maltrato psicológico, por eso el maltrato físico es peor, oí una vez decir a alguien. ¡Y una mierda! No hay nada peor que te digan lo que no quieres oír. Y para mí, ese es el peor maltrato de todos.



* * * * * *



Cuando salí de la cabaña, mi padre no estaba. Había dejado en la puerta una nota colgada. Me decía que ya había tenido mi castigo. ¿Pero de qué está hablando? Estoy harto de sus juegos, no tengo ni idea de qué castigo me merezco. Cojo la nota y la rompo. Luego la tiro al suelo y me voy.
¡Qué gilipollas que es! Nunca pensé que podría llegar a odiar tanto a mi padre. Cuando yo era pequeño las cosas eran diferentes. Él no me pegaba, aunque tampoco era un padre normal, pero no era tan cruel conmigo. En cambio, ahora, es lo peor que puede haber sobre la tierra. Y no lo digo en broma. Él es lo peor que hay.

Empiezo a andar directo a mi habitación. No tengo ganas de hablar con nadie. Miro el reloj, todavía quedan dos horas para que sea la hora de cenar, y mañana temprano nos vamos al pueblo a comprar los trajes, así que esta noche tendré que descansar más. Él me lo tiene dicho: estas en un momento muy difícil de tu desarrollo, Robert, tienes que descansar si quieres ser tan fuerte como yo. Y no se da cuenta de que yo no quiero ser como él. Pero algún día le superaré y entones él no me podrá decir nada, no se podrá quejar. Algún día seré yo el que mande, no se volverá a aprovechar de mí.

Abro la puerta de mi habitación y allí están: Matt y Alex. Están sentados en la cama de Alex, la que está más cerca de la ventana. Miro hacia la derecha, que es donde está mi cama y la de mi hermano y allí está Ismael, tumbado en su cama, leyendo un libro. Cierro la puerta y ni Matt ni Alex me dirige una mirada. Todavía me acuerdo cuando mi padre me obligó a compartir habitación con Matt. Él acababa de llegar al internado y yo tenía la habitación más grande para mí solo. Por aquel entonces yo era un crío y no quería que él estuviera porque lo quería todo para mí solo, pero hoy es diferente: yo no quiero que esté porque le odio. Ismael se da cuenta de que estoy en la habitación y deja el libro en la mesita. Lleva los pantalones del chándal negro y una camiseta azul de superman. Sí, mi hermano es fan de Superman. Se ha visto todas sus películas y yo me las he tragado todas. Pero, ¿qué se le va a hacer? En el fondo me divertía viendo la cara de pasmo que ponía cuando las veía. A veces Isma es un friky, con ese afán por leer y esa admiración ciega a Superman y a Spiderman. Él me mira y me sonríe de esa forma que solo él es capaz de hacer, la sonrisa de un hermano. Entonces miro a Matt y un pensamiento recorre mi mente, pero lo aparto rápidamente.

-¿Dónde has estado, forastero? –me dice Ismael haciéndome lado en su cama. Yo me siento a su lado y cierro la puerta de una patada. Alex me mira y suspira. Luego se gira y vuelve a pasar de mí. Así mejor.
-¿Yo? ¿No deberías ser tú el que me diga a mí lo que has hecho durante mi ausencia? ¡Vienes a mi casa y ni te veo!
-Venga, no te hagas de rogar, hombre. ¿Dónde has estado? –y entonces miro a Matt y a Alex. Los dos están pensando en la misma chica: Rachel. Alex es su hermano, ¿pero Matt? Y me adentro más en su mente, y entonces lo veo. Y sonrío. Un chico listo, Matt, pero la cagaste. Miro a Ismael otra vez.
-He estado con una chica encantadora, ¿sabes? Hemos estado toda la tarde hablando. –intento atraer la atención de Matt, pero no lo consigo del todo.
-¿Con una chica? –Ismael me mira, sin comprender porqué miro yo a Matt. Este no se da cuenta de que le estoy mirando.
-Sí. No la conoces, es nueva. Se llama Rachel. –y entonces Matt me mira. Lo he conseguido. He dado en el clavo. Alex mira a Matt, sin entender lo que pasa. Este le mira y le dice algo y Alex sale de la habitación.
-¿De qué curso es? –me pregunta Isma mientras Alex sale de la habitación.
-Del nuestro –me vuelvo a meter en la mente de Matt. Le ha dicho a Alex que Rachel quería verle. Es más astuto de lo que me imaginaba. Él me mira, pero yo hago como si nada. –Hemos estado toda la tarde hablando.
-Pero, ¿no ha pasado nada? –me pregunta Isma.
-No, yo no quiero ir rápido. Y menos con una chica como esa. Seguro que si hubiese pasado algo no sería tan especial como ha sido. –Miro a Matt y le sonrío. -¿Verdad, Matt?

Y antes de que me de cuenta, tengo a Matt encima de mí. Él alza el puño, que va derecho a mi cara. Pero yo soy más rápido y lo esquivo mientras me río. Ismael se levanta e intenta sacar a Matt de encima de mí.

-Déjalo, Isma. Este no es capaz de hacerme nada, es un blando –digo riéndome. Eso cabrea más a Matt y me divierte más a mí. Puedo ver su odio y eso me alimenta más. Él se imagina a ella conmigo, divirtiéndose, y eso le vuelve loco. Pero, ¿cómo es posible que sienta algo así por alguien a quien apenas conoce? Matt cada vez me sorprende más. Sus sentimientos por ella son enormes, esa idea de protegerla es muy fuerte.

Le inmovilizo el brazo y me subo encima de él. Matt gruñe e intenta darme una patada, pero no lo consigue.

-Vamos, Robert, déjalo. Sabes perfectamente que le puedes. –me dice Ismael.
-Seguro que mientes. Es imposible que ella estuviera contigo.
-¿Cuándo? ¿Cuándo tú pensabas en ella como un idiota? ¿O cuándo decidiste alejarte por ella por su propio bien? –me río otra vez. Y él se enfada más.
-¡Deja de meterte en mi mente! -Matt vuelve a moverse como loco, intentando que le suelte, pero no consigue nada. Soy más fuerte que él.
-¿Sabes lo que más me gusta de esta situación, Matt? –le miro y él me devuelve la mirada –Que pasará como con Natalie. Tú la amabas, pero ella se vino conmigo. Así pasa siempre. Los perdedores no consiguen nada. Nunca. –eso le ha dolido, y por un momento casi me arrepiento de haberlo dicho. Casi. Luego sonrío.
-Pero lo que tú no sabes es cuánto te gusta ella. -Matt sonríe, y yo le miro confuso. –Te recuerdo que yo también puedo leer la mente –él se ríe y yo me canso. Alzo mi puño y le pego en la cara, en la mandíbula, donde duele. Él no dice nada, simplemente recuesta la cabeza en el colchón. Yo me levanto, y le miro.
-Tú no sabes nada, Matt. Todavía no se ha inventado la tía que sea capaz de hacer que yo mueva un dedo por ella. -él me mira, mientras sonríe, y entonces empieza a reír.
-Por una vez, el que ha ganado he sido yo –Matt se levanta y se queda de pie, muy cerca de mí, mientras sonríe. Yo le miro serio. Él es algo más bajo que yo, pero su mirada es más fuerte que nunca. Y cierro mi mente, para que él no pueda leer nada. Pero yo vuelvo a sentirlo: envidia. Envidia por él. Porque yo pude ser como él, libre, sin ningún padre que me obligue a ser como él. Por eso le odio tanto. Él es menos poderoso, menos fuerte, pero ¿a quién le importa el poder cuando te maltratan, cuando hacen del mal tu fuente de energía? Si el mal no existiera, yo no existiría. Matt es… mi otro yo. Y hasta hoy no me di cuenta de que esa era toda la verdad. Pero yo no aparto la mirada de él. Mi estructura no se destruye, porque yo soy fuerte. Si algo aprendí de mi madre es a ser fuerte y a cumplir el deber por el que estás en el mundo. Y yo lo cumpliré.

Entonces se abre la puerta y Alex regresa. Cuando ve lo que le he hecho a Matt me mira con odio. Y está a punto de abalanzarse sobre mí, pero Matt le detiene.

-Déjalo, Alex. Esta vez he ganado yo. ¿Verdad, Robert?
-Más quisieras, maldito bastardo. –le digo.
-Prefiero ser un bastardo, a tener un padre como el tuyo.
-Bueno, ya basta los dos joder. ¡Qué ya tenemos unos años para estar peleándonos como críos! –Ismael mira a Alex. –Creo que no nos han presentado, soy Ismael, el hermano de Robert. –dice tendiéndole la mano a Alex. Él la mira, y por un momento duda, pero entonces se la estrecha.
-Soy Alex, tu compañero de habitación…
-…y de clase –termino yo por él. Entonces le miro. Él me devuelve la mirada, serio.
-¿También de clase? –Ismael sonríe. Se le da muy bien esto. Sería muy bueno como relaciones públicas. Se lo tengo dicho. -¿Los cuatro estaremos juntos en la clase y en la habitación?
-Sí, y también en el equipo de fútbol. –Matt y Alex me miran. Ellos saben que yo soy el mejor jugador de la escuela, pero nunca he estado en el equipo. Este año mi padre me obliga a presentarme.
E Ismael es también muy bueno, así que se presentará conmigo. Yo sabía perfectamente que se había quedado sin jugadores este año, pues la mayoría de los jugadores o se han ido del internado o han terminado ya sus años escolares.
-No sabía que iba a entrar, -dijo Alex, mirándome.
-Ni yo tampoco, -le dije.- Pero necesitáis nuevas promesas. Ya sabéis como juego, ¿no? Pues mi hermano es el mejor defensa que conozco. Y yo conozco a mucha gente.
-No voy a permitir que tu entres en el equipo, -dijo Matt, plantándome cara. Sonrío. ¡Qué estúpido!
-Me temo, querido Matt, que eso no lo decides tú, -miro a Alex.- Y un buen capitán tendrá que mirar por el bien de su equipo, no por sus relaciones con los jugadores. Y luego está el entrenador, con el que mi padre –al nombrarle, Matt hizo una mueca, -ya ha hablado. Así que solo falta que Alex decida, y luego que le hagamos las pruebas a Isma. Y asunto resuelto. –Miro a Matt. Él permanece callado. Sabe perfectamente que lo que diga no se tendrá en cuenta. Igual que Alex sabe que aunque él diga que no, entraré. Así que sonrío, triunfador, ganador como siempre.

Nunca quise entrar al equipo porque les ganaba a todos. Y me gustaba ver como perdían de vez en cuando. Siempre me reía de ellos. Esos eran tiempos buenos, cuando mi padre me dejaba un poco por libre, y se centraba en sus asuntos. Ahora, él siempre me mete en sus asuntos, porque “Robert, mis asuntos son también los tuyos”.

Eran las nueve. Solo quedaba media hora para la cena, así que cogí las toallas y la ropa y me fui a ducharme.

El baño es muy grande, más que los baños normales. Esta habitación tiene dos baños, porque vivimos cuatro personas. Este es el baño mayor, y el otro es simplemente una ducha y un retrete.

Me desnudo y me miro las marcas que mi padre me ha dejado durante todos estos años. Todo el mundo cree que son de nacimiento. Sonrío tristemente. Ni si quiera he tenido el valor para contarle a Isma la verdad. Me da miedo que mi padre también le pegue. Él es solamente un humano, nada más. Y no podría soportar esas palizas que a mí siempre me destrozan. Me meto bajo la ducha. El agua está caliente y consigue relajarme los músculos, que llevaban en tensión desde la aparición en mi padre. ¿Qué hubiera pasado si él no hubiera aparecido? Lo estábamos pasando genial, y tuvo que venir él para aguarnos la fiesta. ¿Y qué pasará entre Matt y ella? ¿Sentirá ella lo mismo que él? Empiezo a lavarme el pelo. Seguro que no. Ella no es tan imbécil como para sentir algo tan fuerte en su primera cita. Tendré que meterme en su mente otra vez para…

Paro de lavarme el pelo y cierro los ojos, recordando. En ningún momento he podido meterme en su mente. Cuando conocí a Alex, al principio me resultó casi imposible percibir sus pensamientos. Y ahora tampoco es nada fácil. ¿Y qué pasará con ella? No he podido sentir lo que ella siente, aunque tampoco lo he intentado. Y la primera vez que nos vimos tampoco pude. Me enjuago el pelo y paro la ducha. Es imposible que alguien sea capaz de ocultarme sus sentimientos. Ha habido varios casos en los que me ha sido muy difícil saberlo, y solo existe una persona a la que nadie, ni si quiera mi padre, pueda leerle la mente: mi madre.

Es mejor que deje de comerme la cabeza. Seguro que es porque no lo he intentado. Si ella fuera como mi madre mi padre lo sabría. Y me lo habría dicho, ¿no?

Salgo de la ducha y empiezo a mojarme. En la habitación se oyen voces y risas. Mi hermano ha congeniado perfectamente con los otros dos. Era de esperar, yo ya lo sabía. Me visto rápidamente. Me peino y me echo colonia. Salgo de la habitación. Alex se ha duchado, y Matt e Ismael solamente se han vestido.

-¡Al fin, Robert! Ya creía que tenía que llamar a los bomberos para que te sacaran de ahí.
-Vámonos. Ya llegamos prácticamente tarde. –digo yo saliendo de la habitación. Él me sigue y cuando estamos bajando de las escaleras empieza a hablar.
-No se porqué te llevas tan mal con esos tipos. Son muy amables. –dice él.
-¿Ah, sí? Pues podrías haberte quedado con ellos y haberte unido a su club de estúpidos perdedores.
-¡Vamos, Robert! Te has pasado con Matt. Yo solo intentaba ser amable con ellos.
-¿Qué me he pasado con Matt? Tú no los conoces, Isma. Te aseguro que no los conoces.
-Pero sí te conozco a ti, y sé que tú no eres como intentas aparentar delante de todos. Tú no eres como tu padre quiere que seas. Y lo sabes. –entonces le miro. Y no se qué pensar.
-A veces ni yo mismo se quién soy Isma. –él me mira también. Estamos a punto de entrar al comedor.
-Eres Robert, mi hermano. –él me da un puñetazo amistoso en el hombro, pero yo no sonrío.
-No, Isma, -le digo. –Yo soy Robert Deblash, y eso no puedo cambiarlo. No puedo cambiar a mi padre, y tampoco puedo cambiar lo que soy. Y lo que seré. A ti tampoco te han contado toda la verdad.
-Estoy esperando que me la cuentes tú.
-Sabes perfectamente que no lo haré. –aparto la mirada. –Nadie lo hará. Y tendrás que aprender a vivir con ello.

Pasamos al comedor y nos sentamos en la mesa de siempre, con los de siempre. Pero mi mente esta vez está muy lejos. Está en la cabaña. Con ella. En esa tarde rara, única.

Hay veces en la vida que tienes que mentir, o callarte parte de la verdad, para no herir a las personas que te importan. Hay veces que te odias a ti mismo, a los demás, pero sobretodo odias a la persona que tiene la culpa de tu odio.
Y si ese odio te alimenta, no puedes hacer nada. Porque sabes perfectamente que ese odio crecerá. Y tú no podrás pararlo, porque si lo intentas, morirás.

Nadie dijo que alimentarte de tu propio odio fuera una forma sana de vivir. Pero tampoco nadie dijo que mi vida iba a ser fácil. Creo que esa ha sido la única vez que él me ha dicho la verdad.
Las mentiras han formado parte de mi vida desde siempre. Todo el mundo se queja de tener una vida monótona, rutinaria y aburrida.
Mi vida no ha sido nunca ninguna de esas cosas. Siempre ha sido difícil, dolorosa y muy complicada. Y todo, ¿para qué? Entonces me vinieron a la cabeza todas esas tardes con mi padre, todos sus sermones de qué es lo correcto y de qué no, sobre lo que pasará, sobre quién seré yo.

-¿Robert? ¡Robert! ¿Estás en la luna o qué? –era Carlos el que me estaba hablando. Le mire, confuso. No sabía lo que intentaba decirme.
-¿Qué pasa? –pregunté.
-Te estaba preguntando por Natalie, -me dijo él. -¿Has vuelto a hablar con ella? –y volvemos al tema de siempre.
-No, no he vuelto ha hablar con ella. ¿Por qué me preguntas? Eso está ya terminado. Desde hace mucho.
-Pues no deberías de darlo por terminado. No vas a encontrar a chicas que estén tan buenas como ella. –me dijo John. Él es el novio de Helen, una chica inglesa. Ella es una de las amigas de Natalie. John está loco por ella y siempre hace lo que ella dice. Cuando están juntos, son empalagosos y insoportables.
-Entonces ella tardará muy poco en encontrar otro tío al que tirarse. A mí me han cansado sus celos. ¿O no la conocéis ya?
-Sí, Robert. Solo que es raro no veros juntos –dijo George. Yo miré a Ismael. Él era el único que conocía un poco lo que había pasado con Rachel, aunque no al completo
-Pues vais a tener que acostumbraros. A mí ya no me interesa.
-¡Chicos! Natalie está libre y sin compromiso. –dijo George. Él es el más juerguista de todos nosotros. Ya he perdido la cuenta de cuantas chicas han estado con él. George me mira, a ver si eso me ha molestado, y yo pongo los ojos en blanco.
-Sí, George, abalánzate ya a ella. Estabas deseando que lo dejara con Robert. –dice Carlos riéndose.

Nuestra mesa se llena de risas y de bromas y luego viene la comida. No tengo mucha hambre, así que solo me cojo un poco de lasaña. Me termino mi plato y me levantó a por el postre, que está en la mesa del fondo a la izquierda.
Observo lo que hay: arroz con leche y natillas. Hoy la cocinera no se ha esforzado mucho. Y mientras que cojo un poco de natillas oigo una voz detrás de mí.

-¿Qué pasa, chico misterioso, que solo eres capaz de comer dulces? –me giro y la veo. Rachel. Ella me sonríe. Lleva su plato vacío y con un ágil movimientos se pone entre medias de mí y de los postres.
-Yo no catalogaría estas natillas en dulces. –ella se ríe. –Te lo digo en serio, Rachel, aquí la comida no es nada del otro mundo. –Ella se gira y me mira.
-Si esto te parece una porquería tenías que ver lo que hace mi madre, -nos reímos los dos y yo miro hacia su mesa. Matt nos mira, celoso, y yo le sonrío. Idiota.
-No será para tanto, mujer. La cocinera lleva aquí desde que yo me acuerdo y siempre ha cocinado así de mal.
-Seguramente será mi madre, que lleva una doble vida aquí –yo me río. Y alguien toca mi hombro. Me giro. Es George, que me mira y sonríe.
-Robert, ya decía yo que tardabas demasiado. ¿No nos presentas? –me dice él señalando con los ojos a Rachel. Yo le lanzo una mirada asesina, dándole a entender que nos deje en paz y que desaparezca, pero él no me hace caso. Miro a Rachel y ella me sonríe. Suspiro.
-Rachel, este es George, un amigo. George –le miro –esta es Rachel, la hermana de Alex. –George me mira extrañado.
-Encantada, -se dan dos besos y yo siento un pinchazo dentro de mí. ¿Y esto?
-Con que la hermana de Alex, ¿eh? –dice él. Yo le doy un codazo y le miro. Él lo entiende perfectamente y se despide.
-Bueno, luego nos veremos. Hasta otra. –y se va. ¡Al fin! Vuelvo a mirar a la mesa de Matt, pero él no está. Lo busco con la mente. Nada. Se ha ido. Que extraño… Vuelvo a centrar mi atención en ella, que me mira y sonríe.
-Que chico más…
-Sí… -me río.- Te entiendo a la perfección. –ella se muerde el labio y se ríe. –Esta noche vamos a ir muchos alumnos al lago, mi padre nos ha autorizado ha hacer una hoguera, y allí vamos a estar. Me preguntaba si tú también irías…
-Y si fuera… ¿qué pasaría? –me pregunta ella.
-Pues podríamos vernos allí…
-Me lo pensaré. –ella termina de echarse su postre, se da la vuelta y se va.

¡Cómo me gusta! Voy hacia mi mesa pero me choco con alguien. Matt. Lo que me faltaba ya…

-Deja el plato y ven –me dice. Yo me río.
-¿Pero que te has creído? ¿Qué me puedes dar órdenes? –le digo.
-Tu padre quiere hablar con nosotros. Yo no tengo la culpa. –le miro. Está muy serio.
-Espera. ¿Qué te ha hecho? Antes he mirado a tu mesa y no estabas.
-¿Cuándo? ¿Cuándo intentabas restregarme por la cara que ella se lo pasa mejor contigo que conmigo? –pongo los ojos en blanco.
-Mira Matt, que te den. –empiezo a andar. – ¿Dónde tenemos que ir? –le digo sin mirarle. Matt se coloca a mi lado mientras yo dejo mi plato.
-A su despacho. Allí nos espera.

Matt y yo salimos del comedor. Esto es rarísimo. Normalmente mi padre no nos obliga a salir de ningún sitio los dos juntos. Nunca nos ha llamado a los dos juntos a su despacho.

-Y otra cosa, Robert. -Matt me mira mientras caminamos, -Ten cuidado con ella. –me vuelvo a reír.
-¿Sabes? Eso ya me lo dijiste con Natalie.
-Precisamente por eso te lo digo. Ella está sufriendo por tu culpa.
-Ella se lo ha buscado. Que te hubiera elegido a ti si quería un chico que hiciera todo lo que ella quisiera.
-Mira Robert. Eres rastrero, idiota, creído y un completo capullo. Y siempre te sales con la tuya. Pero esta vez no te permitiré que le hagas nada a ella.
-Matt, ¿eres imbécil? Bueno, esa pregunta es obvia. Así que te lo diré de otra forma. ¡Déjame en paz!

Llegamos al despacho y llamo a la puerta. Se oye la voz de Julio, que nos dice que pasemos. Matt abre la puerta y allí está mi padre. Pero no está solo. Mi madre y la madre de Matt están en un lado. Esto no puede ser bueno. La madre de Matt se levanta y le abraza. Y yo miro a mi padre, intentando adivinar qué es lo que está tramando. Él mira a Sophia, mientras esta abraza a su hijo. Voy al lado de mi madre, que me sonríe y me abraza.

-¿Qué pasa mamá? –le digo al oído, para que nadie me oiga.
-Nada, cariño, tú no te preocupes. –me dice ella.

Mi madre mira a Julio. Él mira a Sophia y yo suspiro. Luego miro a Matt y recuerdo el día en que me explico lo que había pasado. “Un error”. Así llamaba mi padre a Matt. Mi madre y Sophia, desde que paso lo que paso, se habían mantenido en contacto. Ellas nunca se odiaron, al contrario, se apoyaron mutuamente. Y mi madre me había dicho muchas veces que eso mismo deberíamos de hacer Matt y yo.

-Bueno, dejemos los abrazos para más tarde, luego tendréis tiempo de hablar. –mi padre nos mira a Matt y a mí y nos indica que nos sentemos en dos sillas que hay frente a su despacho.
-¿Qué pasa, padre? –le pregunto yo, mirándole.
-Tiempo al tiempo, Robert, no tengas prisa. –yo me levanto y doy un golpe en la mesa.
-¿Qué no tenga prisa? ¡Tú nos has reunido aquí! ¿Qué quieres que parezcamos ahora? ¿Una familia feliz? –noto una mano por detrás. Me giro. Es mi madre.
-Robert, cariño, siéntate. Tu padre tiene que deciros algo. –Ella mira a Sophia, que le devuelve la mirada. Yo cedo y me siento.
-Gracias por demostrarnos tu soberbia, hijo, -me dice mi padre. Yo le fulmino con la mirada. –Y ahora, pasemos a lo que nos importa. –Mi padre mira a mi madre y luego a Sophia. Y empieza a hablar. Lo dice todo de golpe, sin dar lugar a dudas. Matt está enfadado, se niega a hacer lo que él dice. Yo simplemente me callo. Esta no es mi lucha, esta vez no.

Matt termina de discutir, pero no ha ganado. Tendrá que hacer lo que mi padre le dice. Aunque no le guste. Sophia lleva callada toda la conversación, pero esta vez habla.

-Julio, dijiste que no le meterías en esto. Que le dejarías en paz si yo acedía a traerle aquí.
-Las cosas cambian, Sophia, y tú más que nadie sabes que tu hijo está metido tanto como Robert.
-No. Yo no soy como Robert, -se defendió Matt.
-¿Qué pasa? ¿Asustando porque te puedan comparar conmigo?
-Robert, ya basta, -dijo mi madre.
-Ya está todo dicho. Podéis iros. –dice mi padre dándose la vuelta, sin mirar atrás. Las dos mujeres le miran, mientras se dirigen a la puerta. Yo me levanto y salgo antes que nadie. Seguido por mi madre.
-Mamá, vete de aquí. No quiero que te quedes. –le digo a mi madre.
-Estoy de acuerdo con Robert, por una vez, -dice Matt detrás de mí. Yo le miro, y por una vez puedo observar que, aunque nos odiemos a muerte, estamos juntos en esto. Él nos ha unido en esto.
-Primero quiero ver a Ismael. Luego Sophia y yo nos iremos, -mi madre mira a Sophia, y esta asiente.

Yo conduzco a mi madre a mi habitación, donde se supone que Ismael tiene que estar. Allí hablamos los tres, pero ni ella ni yo sacamos el tema del despacho.
Pasan los minutos y mi madre se tiene que ir. Y se va. Matt, Isma y yo acompañamos a Sophia y a mi madre a la puerta, y allí, nos despedimos de ellas. No hay malas palabras entre Matt y yo, por una vez. Él nos dice que nos verá esta noche en la hoguera, y nos despedimos. Veo la tristeza en su rostro. No le gusta lo que va a tener que hacer.

Pero nadie dijo que la vida era fácil.