domingo, 27 de diciembre de 2009

Capítulo 7





Secuestro


Rachel



Habían pasado tres días y no he vuelto a estar sola con Matt. Él parece ignorarme, y eso me tiene negra. Ahora estaba segura de algo: me había precipitado. No debimos de habernos besado. Yo no debí de caer en su juego. Se había aprovechado de mí, de que él me gustaba, y de que yo quería besarle. Ahora que había conseguido lo que quería pasa de mí. En realidad me lo merezco, por estúpida.
Estoy tumbada en mi cama, leyendo “Drácula”, uno de mis libros favoritos mientras pienso en todo lo que pasó en un día.
Narcisa había ido a por su ejemplar de Filosofía de este año. Quería empezar a estudiar antes de que se le acumularan las cosas, aunque todavía quedaban dos semanas para empezar las clases. Y una para el baile de otoño.
La puerta se abrió y Carlota apareció con unos vaqueros rotos y una camiseta de media manga negra. En las manos tenía unos papeles. Sin mirarme me tiró uno de ellos.
-Estaban en la puerta, donde se deja el correo. –Me miró sonriendo.- Son las invitaciones al baile.
Cogí la invitación rápidamente. El papel era grueso y tenía los bordes quemados, dándole un estilo antiguo. Empecé a leer
Querida Rachel Stuart, le enviamos esta invitación con motivo del baile de otoño que se celebrará el próximo sábado en el St. Gaifen.
La temática de este año es “La Edad Media”
Esperamos contar con su participación.
Un saludo cordial,
El director, Robert Deblash
-¿La Edad Media? –Preguntó Carlota.- ¡Qué poco original! Aunque este año las invitaciones son menos cutres que la última vez. –Carlota me miró y se sentó a mi lado. -¿Te ha pedido ya Matt que vayáis juntos?
-¿Qué? ¿Estás loca? Ya te he dicho que desde que pasó eso en el bosque no se ha dirigido a mí. Además, no me importa –en realidad sí me importaba, pero no iba a admitir eso delante de ella.
-Mira, conozco a Matt desde hace mucho tiempo, y él no es así. Seguro que está liado con algo…
-O con alguien, -le contesté yo de mala gana. -¿Y tú? ¿Vas a ir con mi hermano?
-No me cambies de tema… -dijo ella apartando la vista.
-No te cambio de tema, es la verdad… ¿Vais a ir juntos sí o no?
-¡No!
-¿Por qué? ¿Qué hay de malo? Mira, no se lo que habrá pasado entre vosotros, pero quiero que me lo cuentes.
-Que te lo cuente él, si se atreve.
En ese momento, Narcisa abrió la puerta entonando una canción. Llevaba puesto su MP3, y estaba en su mundo. Cuando nos vio se lo quitó y nos saludó.
-Ya han llegado las invitaciones –le dijo Carlota.
-¿Sí? ¿Y la mía? –contestó Narcisa.
-Está aquí –Carlota se la dio y Narcisa empezó a leerla en voz alta. Todas eran iguales, ponía lo mismo.
-Este año se han portado, por lo menos… -dijo ella.
-Narcisa, Carlota se niega a decirme lo que pasó entre ella y mi hermano… -le dije a Narcisa. Carlota me mató con la mirada.
-¿No te lo ha contado? Bueno, da igual, te lo cuento yo… -Narcisa se acercó y se sentó a mi otro lado.
-Ni hablar… Narcisa, por favor, no quiero hablar de esto…
-¡Es su hermano! Debe de saberlo. Si no quieres contárselo tú, se lo contaré yo.
Carlota puso mala cara e hizo un gesto con la mano para que Narcisa empezara. Se tumbo en la cama, con los ojos cerrados, mientras Narcisa empezaba.
-Todo empezó cuando Alex llegó aquí. Desde el primer momento se notó que entre ellos había lago más que palabras, y en el baile de primavera él le pidió salir. –Narcisa miró a Carlota, ausente, como si lo estuviera recordando todo. – Estuvieron bien hasta que Carlota empezó a darse cuenta de que Alex escondía algo. Ninguno sabíamos por qué había venido aquí Alex. Ninguno, excepto Matt… -Narcisa suspiró, y continuó. –Por aquel entonces, Matt estaba detrás de Natalie, pero ella no le hacía caso, así que Carlota negoció con Matt lo siguiente: Matt le decía la verdad de Alex, y Carlota le conseguía una cita a Matt con Natalie chantajeándola. Antes Matt era muy estúpido cuando se enamoraba. Quizá por eso es por lo que ahora no se quiere acercar a ti, para no enamorase otra vez. Pero bueno, ese no es el tema. La cuestión es que Carlota le consiguió la cita, que salió fatal, con Matt casi en el hospital de la paliza que le pegó Robert, y Matt le contó a Carlota lo que ella quería saber: que había estado acostándose con su profesora, y que por eso tus padres le decidieron traer aquí. Carlota habló con él, pero no cortaron, y durante unas semanas todo siguió igual, hasta que ella, sin querer, vio un mensaje que le había mandando la profesora de Alex a él. Carlota se dio cuenta de que ellos seguían en contacto, y que no era una simple amistad: ella seguía queriéndole, y Alex no la dejaba. Carlota cortó con tu hermano, y entonces fue cuando él se dio cuenta de que en realidad no quería a la profesora, sino a Carlota. –Carlota abrió los ojos y miró a Narcisa. En su mirada se podía apreciar todo el dolor que llevaba guardado. Carlota seguía queriendo a mi hermano.- Desde entonces ellos están así. Antes eran más críos, y entiendo que ella le dejara entonces, pero creo que ahora debería de darle otra oportunidad.
-Bueno, ya lo sabes. Tu hermano fue un verdadero cabrón. –dijo Carlota, sin hacer caso del último comentario de Narcisa.
-Mi hermano siempre fue bueno con las mujeres, pero cuando esa maestra apareció en su vida, todo cambió para él. –puse los ojos en blanco. - Siempre había estado con dos o tres a la vez, pero cuando apareció ella en su vida… él se obsesionó con ella. Aunque si quieres que te diga algo, él te quiere… Nunca le había visto mirar a nadie así, como te mira a ti… Deberías de darle otra oportunidad. Y no es porque sea mi hermano…
-Lo siento, Rachel, pero no. Y no pienso hablar más de esto… no voy a volver con él, no ahora.
Narcisa suspiró y se levantó de la cama. Se sentó en el escritorio y empezó a buscar algo en Internet.
Carlota también se levantó de la cama y fue a su lado.
-¿Qué hacéis? –pregunté yo extrañada.
-El baile es dentro de dos semanas, y tenemos que llevar algo puesto, ¿no? A menos que quieras tirarte a alguien –dijo Carlota riéndose. –Pues bueno, esta es la tienda más cercana donde podemos ir.
Carlota giró la pantalla y yo pude ver un mapa de un pequeño pueblo. Había una nota al lado donde ponía que tenía solamente siete mil habitantes y que era un pueblo muy abandonado.
-¿Vamos a ir a ese pueblo? –pregunté yo. Era un pequeño pueblo donde no podía haber nada en especial para ponernos.
-No lo digas como si fuéramos a ir al infierno, Rachel. Todos los años nos compramos allí la ropa…
-Pero Narcisa, ¡tenemos que comprarnos trajes de la Edad Media! No podemos ir a cualquier sitio…
-Mira, tú haznos caso, allí todo el mundo se compra su ropa. Puede que sea un pueblo mediocre, pero te puedo asegurar que las tiendas de Feall Street son alucinantes. Allí seguro que encontramos nuestro vestido perfecto.
Me tumbé en mi cama mientras miraba el techo. Es verdad que yo no conozco ese pueblo, pero es imposible que encuentre algo para ponerme en ese sitio. Seguro que me estaban tomando el pelo. Cerré los ojos, imaginándome como sería la fiesta. Según me había dicho Alex, la fiesta era en el salón de actos.
-Las fiestas que se realizan en el internado son en el salón de actos, -me contó él.- Se quitan todas las sillas y todo se convierte en una gran pista de baile. El escenario es donde tocan todos los grupos. ¿Sabes? El año pasado tuvimos a muchos grupos famosos aquí, y este año seguro que también viene algunos. El tema fue el rock and roll y hubo unos trajes de infarto –dijo mientras se reía. -Es un gran acontecimiento, aunque el baile más importante es el de fin de curso, que lo hacemos en los jardines. Seguro que te gusta, yo me lo paso genial.

Volví a mirar a mis compañeras de habitación, que estaban mirando por Internet con mucha atención. Me levanté y me puse a su lado. En la pantalla había una foto de unas calles donde se veían tiendas. Miré a ver si encontraba alguna conocida, pero era imposible: todas tenían nombres ingleses y extraños. La foto estaba tomada un día de Navidad, y todos los adornos resaltaban.
-¿Con quién tienes pensado ir? –le preguntó Carlota a Narcisa. –Porque se que Rachel va a ir con Matt, pero no se con quién vas a ir tú.
-Yo no voy a ir con Matt… -dije yo con voz cansina. Carlota se giró y se me quedó mirando como si fuera la primera vez.
-Mira, Matt es gilipollas. –Miró a Narcisa, que asintió- Pero no creo que sea tan gilipollas para que no te pida ir al baile con él –Narcisa volvió a asentir. –Además, ¿con quién si no tú?
-Con esa tal Natalie –contesté yo como si llevara toda la razón. Ellas se echaron a reír. -¿Qué?
-Es que acabas de decir la estupidez más grande que hayas dicho jamás. –dijo Narcisa. –Matt pasa de ella desde que se dio cuenta de que le utilizaba. Te puedo asegurar que Natalie irá con Robert seguro –hizo fuerza en el “seguro”. Carlota asintió.
-Yo no estoy segura, pero la pregunta no era para mí… ¿Narcisa? –la miré y Carlota hizo lo mismo.
-¿Qué? ¿Yo? Pues no se… La verdad es que no me interesa nadie…
-¡Eso dicen todas! Mira, he visto al nuevo, y está como un tren.
-¿Quién es el nuevo? –dije yo mirando a Carlota. –Se supone que la nueva soy yo.
-No se quién será, pero va mucho con Robert y sus amigos. Está en la habitación de Matt y Alex, así que imagino que será por eso por lo que va con ellos. No se separa de Robert… lo que es muy raro.
-Mira… lo mejor será buscar a Matt y a Alex y que nos digan lo que pasa –dijo Narcisa. –Y así tú puedes hablar con Matt –me miró.

Carlota se levantó enseguida y me cogió del brazo antes de que yo dijera que no, mientras Narcisa nos seguía.
Salimos de la habitación rápidamente bajamos las escaleras. YO no sabía adonde iba, solo dejaba que ellas me guiaran.
Cuando llegamos a las pistas de fútbol no habían pasado ni tres minutos. Había una verja que rodeaba las pistas de fútbol, baloncesto y balonmano. Al lado de la verja había una mesa de pin pon y una pista de tenis. La mayoría estaban ocupadas por estudiantes más pequeños que nosotros, excepto la de fútbol, en la que dos equipos jugaban un partido.
La pista de fútbol estaba hecha de césped artificial, las redes de las porterías eran azul marino y blancas, como el uniforme del internado con el balón a juego. Los chicos estaban jugando como brutos, como si les fuera la vida en ello.
Nos sentamos detrás de la portería de “nuestros” chicos, y durante diez minutos les estuvimos viendo jugar. Reconocí a casi todos los chicos que había jugando: Estaban Alex, Enrique y otros amigos suyos. Y también estaba Matt. El jugaba sin camiseta, y aunque ya le había visto una vez así, me volvió a dejar sin aliento. ¡Cómo estaba! Me olvidé de lo capullo que había sido y me concentré en su cuerpo, en su esbelta figura. Pero entonces volví a recordar que era un cabrón y dejé de mirarle. Alex metió un gol y entonces tomaron un descanso. Ellos se acercaron a nosotras y se sentaron haciendo un círculo. Matt se había dado cuenta de que yo estaba ahí y me estaba mirando, pero yo no le miré. Entonces Narcisa se acercó a él y le susurró algo en el oído. Él me seguía mirando y yo le quité el balón a Alex y me fui a la portería. Necesitaba tirar unos tiros para descargarme.
Tiré con todas mis fuerzas y cada vez más fuerte, y entonces me olvidé de todo. Lo único que había en el mundo era el balón y yo, hasta que una voz me sacó de mis sueños.
-No sabía que jugabas al fútbol. Aunque viendo como le das al balón imagino que te estarás imaginando que es mi cara.
Matt estaba a mi derecha, mirándome. No me había dado cuenta de que estaba aquí, así que seguí ignorándole. Él se quedó unos minutos mirándome, sin decir nada.
-Sé que he sido un imbécil por no decirte nada… Lo siento…
Seguí lanzando balones a la portería sin ignorarle, hasta que él me quitó el balón. Eso hizo que le mirara.
-Devuélvemelo. –dije.
-No hasta que hablemos.
-¿Ahora quieres hablar? Que te den. –fui corriendo hacia él, que cuando vio mis intenciones se río, pero él no se esperaba que yo también supiera jugar, así que le robé el balón. Él se quedó mirándome sin saber qué hacer, y entonces corrió hasta donde yo estaba.
Durante diez minutos estuvimos quitándonos mutuamente el balón. Él era muy bueno, pero yo también lo soy. Primero lo hizo en silencio, aunque luego empezó a hablar.
-He estado muy liado, por eso no he podido hablar contigo –decía mientras me regateaba.
-Ya, claro. Por eso me ignorabas, ¿no? –le contesté mientras le quitaba el balón.
-Te mereces algo mejor que yo… -me dijo mientras me quitaba el balón
-No me vengas con ese cuento. A mí no me vale eso de “no es por ti, es por mí”. Además, ya no me importas. –le dije mirándole. Él se paró y entonces yo se lo volví a quitar, lacé a la portería y me fui. Ni si quiera miré a ver si había marcado.
Sabía fingir muy bien. Él hizo como si esas palabras le importaran, como si yo le habría hecho daño. Pero él ya no me importaba. Yo no le mentía como el me lo había hecho a mí.
Me fui hacia mi habitación, mientras me recogía el pelo con una coleta. Cuando pasé por el pasillo que daba a mi cuarto, volví a quedarme mirando ese cuadro, el del internado. La verdad es que era muy bonito.
Entonces todo volvió a mí, desde el principio: Cuando vi por primera vez el internado, cuando conocí a Matt, cuando miré este cuadro y vi por primera vez a Robert, cuando conocí a Narcisa y Carlota, cuando Robert me dio plantón, cuando Matt y yo nos besamos en el lago… todo. Terminando con este enfrentamiento con Matt.
Suspiré y pasé a mi habitación. Todo estaba como lo habíamos dejado: el libro de “Drácula” en mi cama abierto por la mitad y el ordenador encendido con las sillas alrededor.
Antes de que pudiera sentar alguien llamó a la puerta. No tenía ganas de hablar con nadie, así que hice como si no estuviera. Volvieron a llamar y yo no contesté.
Cuando ya creía que se habían ido volvieron a llamar.
-Sé que estás ahí, solo espero que no estés desnuda, porque voy a entrar, -era la voz de Matt. Él no llegó a entrar, se quedó apoyado en la puerta mirándome.
Yo me tumbé en la cama, cogí el libro y seguí leyendo. Ahora mismo me parecía mucho más interesante como el Conde Drácula mataba a sus víctimas que él.
Matt no se movió, simplemente se quedó mirándome, sin gesticular. Entonces pasó y se sentó en una de las sillas del escritorio.
Yo me levanté y le miré. No iba a burlarse otra vez de mí, esta vez no.

-Creo que ya te lo he dejado claro antes, ¿no? Aunque si quieres que te lo repite, con gusto lo haré. –le dije.
-Me lo merezco, y lo sé. Solo quiero que sepas que voy a luchar por enmendar mi error.
-Mira Matt, no hay error que valga. Todo fue mal, no deberíamos de habernos besado, porque no nos conocemos. –hasta el momento en que lo dije no me di cuenta de lo real que era eso. -Tú no te esperabas que yo te dijera eso, ni yo me esperaba que tú pasaras de mí. Pero es normal, porque no nos conocemos. No puedo ir así por la vida, besando al primer chico que me parece guapo y simpático. Y tú tampoco puedes ligarte a la hermana de tu mejor amigo –me volví a sentar en la cama con las manos en la cara. –El único error aquí es ese, Matt. No nos conocemos, y hoy por hoy, no voy a estar con una persona a la que no conozco. Si lo que buscas es mi perdón, no hace falta que lo pidas. Al fin y al cabo no estábamos juntos, y eso quiere decir que no tenías que hacer nada. –le miré y me mordí el labio. –Y ahora, por favor, vete, quiero estar sola.
Él se levantó, consciente de que yo decía la verdad, y que nada de lo que él diga va a poder cambiar esto, porque nada lo podía cambiar.
Antes de irse se giró y me miró. En su cara no había dolor, sino tristeza. Él sabía que yo decía la verdad y eso le jodía.
-Tienes razón. Pero eso no va a impedir que yo luche por que cambies de idea. Si es por lo de tu hermano lo entiendo, pero cuando llevemos más tiempo juntos sé que volverá a pasar. Y entonces no habrá excusas. –Matt se volvió a dar la vuelta y se fue.
Volví a coger mi libro y seguí leyendo hasta que me quedé dormida. Mis sueños estaban plagados de letras que se juntaban, de laberintos y de estrellas de rock que se drogaban. Sueños sin sentido.
Cuando me desperté estaba sola. Alguien había estado aquí, porque me había echado una manta. Todo parecía estar bien, hasta que la verdad me abrumó. Había sido la responsable, la que miraba por su bien, la que no se arriesgaba. Es decir, todo lo contrario a lo que yo era en verdad. Pero, ¿de qué me valía ser rebelde y pensar en los demás cuando nada sale bien? Me arriesgué besando a Matt, y él pasó de mí. Me arriesgué quedando con Robert, y él no acudió. Había sido dura con Matt, pero era la verdad. Por ahora, no podía esperar nada más de él, ni de ninguno otro, porque no los conocía, y no pensaba arriesgarme con algo a ciegas. Como había hecho antes.
Miré el reloj, que marcaba las ocho y cuarto. Había dormido una hora y algo y la cena era a las nueve. Carlota y Narcisa volverán pronto, así que voy a ducharme antes de que ellas me quiten el baño.
Cojo la ropa que pienso ponerme: unos pitillos y mi chaqueta de rombos. Me doy una duchar caliente rápida y me arreglo el pelo. Un baño para tres no estaba nada mal. En todas las habitaciones había un baño, excepto en las habitaciones que eran para cuatro personas, que había dos. Lo sabía porque Alex ocupaba una de esas habitaciones.
Terminé la ducha y salí del cuarto. Carlota y Narcisa estaban ya en la habitación. Las dos me miraron a la vez, preocupadas.
-Matt nos ha contando lo que ha pasado, -dijo Carlota. Narcisa asintió.
-¿Cómo estás? –Narcisa me miró.
-¿Yo? Bien, muy bien.
-Ya… claro… -dijo Carlota.- Acabas de tener una conversación muy…desconcertante con Matt y estás bien. Y yo soy Dios, claro.
-¿Qué demonios ha pasado? ¿Qué os ha contado él?
-Pues mira, cuando hemos llegado él estaba apoyado el la pared, y le hemos preguntado, y ya nos ha contado lo que tú le has dicho…
-Y según él qué le he dicho –digo yo.
-Pues que todo esto ha pasado porque no os conocíais. Y, bueno, tú lo sabes mejor que nosotras… -Suspiro y cierro los ojos. No me gusta hablar de lo que siento, de lo que pienso, eso no me gusta nada.
-Solo queríamos saber cómo estabas… -dice Narcisa, mirándome.
-¡Estoy bien! ¡De verdad! –las miro despacio y por un momento se me pasa una imagen por la cabeza -¿Sabéis? Tengo una idea. ¿Por qué no vamos hoy a por esos vestidos? Antes de que se los lleven…
Ellas se miran y luego me miran a mí. Y en menos de dos minutos estamos en la puerta del despacho del director esperando a verle.
Narcisa llama a la puerta y se oye una voz que dice que nos esperemos unos minutos. Carlota y yo nos sentamos en las sillas, pero Narcisa se queda quieta, mirando la puerta muy atentamente.
-¿Qué pasa? –pregunto yo.
-Nada… solo que el que ha contestado no es el director… -contesta ella.
-¿Entonces quién ha…? –y antes de que Carlota termine de hablar la puerta se abre y Robert Deblash sale en silencio. Sus preciosos ojos azules muestran una mirada fría, posiblemente heredada de su padre. Él cierra la puerta y mira a Narcisa, que está delante de él cortándole el paso.
Carlota me mira a mí, con los ojos muy abiertos, y ninguno de los cuatro decimos nada, hasta que él se acerca a mí y me coge del brazo.
Narcisa me mira atónita, y Carlota con una mirada enfadada. Yo la miró intentando decirle que no se lo que pasa, pero para ella no tengo excusa.
-Ven –es lo único que dice él. En su rostro no se puede apreciar ningún sentimiento, bueno, quizá de aburrimiento.
-¿Dónde te crees que vas? ¡Te la estás llevando por la fuerza, capullo! –dijo Narcisa cogiéndome del otro brazo.
-Si ella quiere venir, vendrá. –contesta él.
-¿Y si no quiero ir contigo? ¡Soltarme los dos! –Narcisa quitó su brazo pero Robert no. Él y Narcisa se miraban como si quisieran matarse mutuamente. Yo miro a Carlota, y esta me manda una señal de que lo deje, que es normal. –Robert, déjame en paz. Vete a darle la lata a otra.
-Solo quiero hablar contigo. Te debo una –él me guiña un ojo, y entonces Narcisa casi se cae al suelo. Pero en vez de hacer eso, se ríe.
-¿Qué es tan gracioso? –le pregunto.
-¡Que está intentando ligar contigo! ¿Ya te has cansado de Natalie? –le pregunta ella.
-Sí, igual que me cansé de ti. –le dice Robert. Miro a Carlota, que me lanza una mirada de disculpa.
-¿Vosotros dos estuvisteis juntos? –pregunto yo.
-Sí –contesta Carlota antes de que nadie pueda adelantarse.
-Vamos, Rachel, vámonos y te lo explicaré. –me dice Narcisa. Yo la miro y luego miro a Robert. Narcisa y Robert se miran, pero no como antes, sino recordando. Tienen las miradas ausentes, ella triste, él seria, y aunque ellos se están mirando, parece como si estuvieran muy lejos.
-No le hagas caso, vente conmigo, -me dice Robert. –No tienes nada que perder…
-Sí, que no va a comprarse su vestido para el baile,- dice Narcisa muy convencida –vámonos Rachel…
Entonces la puerta se abre, y aparece el director con cara de enfado. Primero nos mira a nosotras, y luego a Robert, que le devuelve la mirada. Hoy el director lleva un traje negro como la noche, que le da un aire siniestro. Sus ojos azules como el hielo ahora están posados sobre mí.
-Vosotras no vais a ir a ningún lugar hoy. Mañana iréis a comprar esos trajes. –Julio mira a su hijo, y este aparta la mirada. Luego sonríe, como si hubiera conseguido un premio. –Señoritas Narcisa y Carlota, tengo que hablar con ustedes de sus familias. Narcisa, tu beca se ha aumentado. Carlota, tus padres me han llamado. –el director se aparta y hace un gesto invitándolas a entrar en su despacho. –Vengan por aquí. Debemos hablar. –Ellas se miran, dudosas- Es urgente señoritas.
Y tras esas palabras, Carlota coge a Narcisa de la mano y se dirige hacia el despacho. Pero antes, me lanza una mirada de “Cuidado con el lobo”.
Cuando se cierra la puerta, miro a Robert. Está tan guapo… Me quito rápidamente esa idea de la cabeza y cruzo los brazos. Él me mira y sonríe. Su expresión cambia cuando me mira, y yo no puedo hacerme la dura.
-¡Por fin solos! –dice él mientras me mira de arriba abajo. ¡Será descarado! Carraspeo para que se de cuenta de que estoy aquí, y entonces él posa su mirada en mis ojos. Y todo se para. Su mirada me atrae, sus rayos azules me derriten por dentro. ¿Cómo puede un chico como él despertarme estos sentimientos sin conocerle? Últimamente me van mucho los chicos a los que no conozco de nada…
Él se muerde un labio. Yo pongo los ojos en blanco. Está apoyado en la puerta. Demasiado creído. Su postura al apoyarse le delata. Entonces empieza a acercarse. Hace como si sacara un bandera blanca, lo que en realidad es un pañuelo. Yo suspiro y hago un gesto de derrota.
-Me dejaste plantada, no tienes derecho a decirme que me vaya contigo… -le digo.
-Primero: no habíamos quedado formalmente. –Hago un gesto de incredulidad con la cara. Él hace como si no lo hubiera visto y prosigue. -Segundo: tengo excusa. Mi padre me la lió. Me dijo que era urgente que fuera y todo eso. Tú misma has visto como tus amigas han entrado si apenas cuestionarle. –dice haciendo un gesto con las manos hacia la puerta. –Nadie le cuestiona nunca. Bueno, yo solo a veces. –se ríe, pero yo no. Sigo mirándole, esperando a ver que decido. Aunque yo se que es una batalla perdida, sigo haciéndome de rogar. Siempre se me dio bien eso.
Cuando él para de reír, niego con la cabeza. Entonces él se acerca y me coge del brazo.
-También quedaba la alternativa de llevarte a la fuerza. Y soy experto en eso.
-¡Vale, vale! Puedo sola, gracias. –hago que me suelte y él se echa las manos a la cabeza, como si sus brazos fueran una almohada, mientras caminamos por un pasillo muy largo. El despacho del director está muy cerca de las habitaciones de los alumnos, y también muy cerca del comedor, y del salón de actos. En realidad, está cerca de todo.
-Como quieras. Pero no deberías ser tan dura conmigo. Todo fue por culpa de mi padre. –le miro con una ceja alzada. -¡En serio! ¿No me crees? –niego con la cabeza. –Allá tú. Yo soy un buen chico. –me guiña un ojo y sigue con sus brazos en la cabeza. ¡Menuda pose tiene! Cualquiera que le viera diría que es un gandul. Yo no diría que no.
-¿Tú un bueno chico? Permíteme que lo dude. ¿Qué sé de ti? Que le rompiste el corazón, no solo a tu ex novia, sino a una de mis amigas. Que mi hermano te odia –evito hablar de Matt en la conversación. No se merece que le nombre. –que me dejaste plantada y que eres un capullo sin remedio. ¡Ah! Sin olvidar que tu padre, un hombre del que no me han hablando muy bien, es el director del internado donde pasaré gran parte de mi vida. –le miro y nos paramos. –No hay muchas cosas a tu favor, chico misterioso.
-Puedes darme el beneficio de la duda –objeta él. –O simplemente dejar de pensar en lo que la gente te ha contado para empezar a pensar por ti misma. ¿Sabes? ¡Es algo útil! –le hago un gesto obsceno con el dedo y sigo caminando. Se está burlando de mí.
-¿Sabes lo que también puedo hacer? Largarme. –digo yo adelantándole como si hubiera tomado la decisión. A mí nadie se me pone chulo.
-¡Vale, vale! Me rindo chica misteriosa –hace mucho énfasis cuando pronuncia las últimas palabras. ¡Será tonto! ¡Me está imitando! –Ahora, ¿desea la señorita ir a dar un paseo?
-Con una condición… -digo yo haciéndome la interesante.
-Soy todo oídos…
-La única que puede hablar de personas misteriosas soy yo –le sonrió y salgo por la puerta que da al exterior antes de que pueda contestarme. Detrás de mí, Robert se ríe.
-Sinceramente, no se quién es más misterioso de los dos… Una chica nueva a la que nadie conoce, o un capullo… ¿cómo me llamaste antes? Ah, sí, capullo sin remedio. Creo que mi vida es muy monótona, así que el misterio aquí eres tú.
-¡Y una mierda! –le digo. –Yo solamente soy la chica nueva. Seguro que nadie sabe nada acerca de ti. Pondría la mano en el fuego porque nadie te conoce realmente…
-Sí, mi hermano me conoce muy bien… es le único que me conoce.
-¿Tú hermano? ¿Ese chico rubio que va contigo siempre?
-Emm… sí, ese. Bueno en realidad no se si él me conoce tan bien. Quizá mi padre. Según él somos muy iguales –me río. Esa si es buena. ¿Su padre? No lo creo… aunque pensándolo bien, antes ha parecido como si simplemente con la mirada se conocieran.
-Mira, no conozco a tu padre… Pero no me han hablando muy bien de él y…
-¡Tampoco te han hablando bien de mí y voilá! No soy tan malo…
-Robert, cállate y no me interrumpas, -le ordeno. Él se calla, y pone cara rara. ¿Qué habrá pasado por su cabeza en ese momento? No parece muy contento… -Antes decía que aunque no conozco a tu padre nada, todo lo que me han dicho de él es cierto. Y tú no eres como él. Quizá tengáis los mismos ojos y os parezcáis muchísimo, pero no sois iguales…
Él me mira intensamente. Hemos llegado donde empieza el bosque. Entonces él mira para adelante, pensativo. Está como cuando miraba a Narcisa, como en otro planeta. Sin mirarme se acerca a mí y me señala unos árboles al fondo.
-¿Ves eso? Es una pequeña casa donde paso los veranos. No me gusta estar en el internado durante las vacaciones… todo es demasiado solitario. Le dije a mi padre que la construyera para mí. Es como mi casa. Julio no vive allí. En verano casi nunca está en casa y cuando está, se queda en sus “aposentos privados”. Quería enseñarte la casa. Es pequeña, pero seguro que te gusta. –Robert me mira y sonríe. Yo también le sonrío. Me gusta la idea. Es algo tan… íntimo. Y raro. Y agradable. Es algo nuevo.
-Sí, seguro que me gusta. –Miro la casita. ¡Es tan pequeña! Tiene unos colores marrones que hace que se confunda con el medio en que se encuentra. El tejado es rojo apagado y la puerta es muy pequeña.
-Venga, vamos. Tenemos que poner la chimenea. ¡Hace mucho frío dentro!
Robert me coge la mano y sale corriendo. Aunque es muy rápido le sigo el ritmo. ¡Y porque me parecía que estaba cerca! Cuando llegamos, me quedo mirando. Desde cerca es aún más bonita.
-El diseñador tiene que ser todo un genio, -digo yo.
-Emm… Yo diseñé como quería ser la casa… -dice el riendo.
-¿Estás de broma verdad? –le miro y el niega. – ¡Eres todo un artista, Robert!
-Lo sé, mujer. –él me guiña un ojo. Que creído que es… -Bueno, ¿preparada? El interior también lo he decorado yo, por si preguntas luego. –se río y mete la llave en el cerrojo. Se oye un clic y la puerta se abre. Pero antes de que yo pueda entrar, él se pone en medio. Robert se quita la chaqueta y me la pone en los ojos.
-¡Eso no vale!
-Calla, quejica. Vas a tener que aguantarte. –Robert me coge de la mano. –Ten cuidado, está todo muy desordenado. ¡Cuidado Rachel, un escalón! –levanto la pierna, pero no hay nada. Y oigo una risa a mi lado.
-¡Lo has hecho a posta! ¿No hay nada verdad? –Sigo caminando sin su ayuda.
-Espera Rachel, no sigas que te vas a caer…
-Ya claro… -pero antes de que él pueda contestar, me tropiezo. La venda cae al suelo y en un segundo Robert está a mi lado agarrándome para que no me cayera. Nos miramos y antes de que yo pueda insultarle él se ríe.
-¡Te avisé! Menos mal que soy todo un deportista…
-¡Lo que eres es un capullo! –le acuso. Él me ayuda a levantarme y entonces miro a mí alrededor. A nuestro lado hay una gran chimenea. Las paredes están pintadas de un color amarillo apagado y el suelo es de parqué, igual que el del internado. ¡Todo es tan acogedor! Hay dos sofás al fondo y una pequeña habitación al lado, donde se puede ver una pequeña cama. También hay una televisión negra, muy grande, apagada enfrente de los sofás. El salón también tiene incluido una pequeña cocina, donde todo esta recogido y organizado.
-¿Qué? ¿Qué te parece? –me pregunta mirándome.
-Lo que me parece es que no se que hago aquí, -le digo, consciente de que he dicho la verdad. Nuestro primer encuentro fue un desastre, y ahora ya no se lo que va a pasar. Hay buen rollo entre nosotros, pero no veo a qué viene esto de traerme a su casa de verano. O quizá sea su casa de citas. No, eso si que no.
-Pues estás aquí conmigo, ya que te debía una por no presentarme. ¿No te vale eso para quedarte un rato? Solo para hacerme compañía.
Por un momento no se qué decir. Miro hacia la chimenea. Últimamente me están pasando unas cosas más raras… Primero me lío con un chico, que casualmente es el mejor amigo de mi hermano y que está como un tren, al que apenas conozco, luego este me deja plantada, y ahora un chico guapísimo me está pidiendo que me quede a hacerle compañía en una casa que le pertenece. Llamarme tonta, pero hay algo que no me gusta en esta historia, pero, ¿qué puedo perder quedándome con Robert? Absolutamente nada.
-Bien, me quedaré a hacerte compañía pero, ¿qué haremos aquí? –le digo.
-Haremos lo que tú quieras…
-¿Lo que yo quiera? ¿Puedo elegir?
-Sí… pero con una condición…
-¿Cuál?
-Tiene que ser algo divertido… -él se ríe y yo le pego en el brazo. Pero antes de que pueda darle un segundo puñetazo me agarra las manos.
-¿Crees que no puedo ser divertida, señor misterioso?
-Solo lo dudo, -dice él mientras me suelta las manos. –Así que vas a tener que hacer algo para cambiarlo.
-¿Yo? ¡Pero si el que me dejo plantada fuiste tú! Creo que el que debe de cambiar algo aquí eres tú.
Robert se ríe, y yo le acompañó. Y así pasamos esa larga tarde de principios de otoño. El tiempo no nos acompaña, por lo que él tiene que encender la chimenea. Se notaban que tenía práctica, y no me dejó hacer nada. Hablamos de miles de cosas, de la música que nos gustaba, de que los dos adorábamos el fútbol y de su padre. No se cuando ese tema se desvió, pero terminamos hablando de él.
-Yo creo que todos los alumnos te califican en seguida por cómo les trata tu padre, Robert… -le digo yo.
-¿Qué me catalogan? –Robert se ríe. –No creo Rachel… Al fin y al cabo, somos padre e hijo. Nos parecemos. Aunque me joda decirlo, nos parecemos. No es algo de lo que esté orgulloso, pero no solo físicamente somos iguales…
Yo no pienso eso… Él no es tan frío como su padre, y tiene una luz en los ojos que él no tiene. Durante toda la tarde me di cuenta de ello. Cuando habla de las cosas que le llenan, esa luz se enciende. Pero cuando habla de su padre, esa luz es inexistente.
-¿Y tú? ¿Cómo es que has llegado a parar a este internado? Yo no tengo otra alternativa, pero tú podrías estar muy lejos, libre de esta jaula. –Robert sonríe. Le hace mucha gracia el tema de su encierro.
-Ya sabes la historia de mi hermano…
-¡Oh, sí! ¿Qué se lió con su maestra? Esa fue muy buena. Solo a alguien como él se le puede ocurrir… -pero antes de terminar se calla y me mira. Yo no le pongo buena cara.
-Si, no te cortes. Sigue burlándote de mi hermano como si yo no estuviera.
-Es que estoy demasiado acostumbrado a eso. Nunca me he tenido que callar porque la hermana de Alex esté a mi lado. Aunque seré capaz de callarme para que tú no te vayas. –Robert me sonríe, y entonces me olvido del comentario de mi hermano. ¡Es tan guapo! Y la lucecita de sus ojos está encendida. Él se levanta y empieza a caminar despacio buscando algo, pero no se da cuenta y tira una foto al suelo. Yo la recojo y la miro. En la imagen, un niño moreno tiene un balón entre sus manos y sonríe a la cámara. Detrás de él hay un hombre que lleva de la mano a otro niño rubio. Entonces miro los ojos del chico moreno y encuentro los parecidos. ¡Es él! Miro a Robert, que está mirando la foto también. Sus ojos azules le vuelven a delatar. Él es el niño de la foto.
-Pareces muy feliz aquí, -le digo.
-Sí. Mira, ¿ves? –me señala al niño rubio. –Este es Ismael, mi hermano, y el de detrás es su padre, el marido de mi madre.
-¿Y ella?
-Es la que hace la foto. –Robert esta vez no mira el retrato, sino que me mira a mí. Y me vuelvo a olvidar de todo. Pero entonces veo que estamos demasiado cerca y me aparto. No es bueno ir rápido, ya lo tengo comprobado. Además, ¿qué pasa con Matt? No tengo respuestas para eso.
-Es tarde Robert. Tenemos que irnos a casa. –él señala la habitación.
-Esta es mi casa… -sonríe y señala la foto. –Y esta también. Pero no el internado. Allí no soy libre. –entonces suspira y se tira en el sofá a mi lado. Se tapa con una mano la cara y en esos momentos parece demasiado frágil. Hace medio día no podría decir que le vería así, pareciendo tan derrotado, tan cansado.
-¿Es por tu padre, verdad? –le pregunto. –No os lleváis bien. –Robert ríe, pero no con esa risa suya, sino con una risa forzada.
-No, no nos llevamos nada bien… -me mira –Si tu supieras…
-Sé que apenas nos conocemos, pero a veces, contarle las penas a un desconocido ayuda muchísimo más que a un conocido.
-Esa excusa no te vale. Yo siento como si te conociera desde siempre… -me dice con esa mirada iluminada otra vez. Entonces se levanta y me levanta a mí también. –Hora de irse. Tienes que arreglarte para la cena…
-Vale, gracias. Se supone que ya iba arreglada.
Robert se ríe y empieza a apagar la chimenea. Primero echa tres cubos enteros de agua y después pisa lo que queda con el pie. ¡Qué bruto!
-Prométeme que volveremos a venir aquí alguna vez, conmigo –me dice mientras se levanta. Tiene una gran mancha de ceniza en los pantalones. Yo me acerco y se la limpio con cuidado, mientras él me mira desconcertado. Entonces me levantó y le miro. Estamos muy cerca.
-Claro que te lo prometo. Aunque esta vez no será tan fácil traerme. Vas a tener que currártelo –pienso en Matt, y en como en estos días no me a echo caso. No quiero ir rápido ya con nadie. Ahora podría besar a Robert, y entonces lo estropearía todo. No debo hacerlo aunque sea lo que mas quiero en el mundo.
-¿Va a ser más difícil? ¡Dios santo! ¡Todo lo que me espera para traerte de nuevo aquí! –los dos nos reímos.
-¡No soy una chica tan difícil! Seguro que puedes hacer cualquier cosa para impresionarme.
-No te preocupes, si la recompensa es una tarde como esta, haré un trato con el diablo si eso me lo garantiza. –le doy un pequeño puñetazo en el hombro mientras él se ríe. Me coge las manos y me las agarra y entonces empieza a hacerme cosquillas.
-¡Imbécil! ¡Para Robert, para! –no puedo para de reír, y él no para. Entonces alguien abre la puerta de la casa, seguido por un carraspeo y una mirada fría.
Julio Deblash está en la puerta, acompañado de ese silencio que ha heredado su hijo de él. Va vestido más informalmente que de costumbre, aunque claro, informal para él es algo muy formal para cualquier hombre normal y corriente. Lleva una chaqueta de piel y unos vaqueros azules apagados.
Robert y yo nos reincorporamos en el sofá. Yo no quiero ni mirar a los ojos de mi director, pero Robert, en cambio, le lanza una mirada de desafío.
-Veo que se lo están pasando bien, Stuart y Deblash. Sabía que no era tan buena idea dejar que se fueran sin hablar antes con ustedes. –él mira a Robert, que no quita la mirada de él. –Y ahora, si son tan amables, les rogaría que se fueran de mi cabaña. No tienen permiso para estar aquí.
-¡Mentiroso! Está no es tu cabaña, padre. –Robert se pone de pie y se acerca a él, y aunque el director abulta más que Robert, este es más alto que su padre. –Es mía. Así que lárgate y déjanos en paz.
Hay mucha tensión en el aire, y los dos, tanto padre como hijo, tienen los puños apretados. Robert mira a su padre con odio y Julio a su hijo con superioridad, enfadado por sus palabras.
Me levanto y voy al lado de Robert. Hay que tranquilizarle o será capaz de pegar a su padre.
-Robert, déjalo. Nos vamos. –le digo cogiéndole del brazo. Robert hace un gesto rápido para que quite la mano, pero yo no la aparto.
-Rachel, -él me mira con ojos de súplica, -esto no tiene nada que ver contigo. –ahora mira a su padre. –La acompañaré a su cuarto, y luego hablaremos, padre. –gran parte de la rabia contenida se acaba de esfumar de su rostro, pero no el odio. Entonces es Robert el que me coge del brazo y el que me lleva hacia fuera.
-Hasta otra, -me dice mirándome el directo –señorita Rachel, ha sido un placer tenerla en esta conversación tan agradable. –se ríe maliciosamente, y entonces un escalofrío recorre mi cuerpo. Él dice otra cosa, pero no me da tiempo a oírlo. Robert camina muy rápido, arrastrándome con él.
No decimos nada, simplemente caminamos. Él me ha soltado, y ya puedo andar a mi ritmo. La cabaña se está empezando a quedar atrás y ahora caminamos muy lento. Robert se para y me mira.
-Mi padre es un imbécil. No le tengas en cuenta esto que a pasado. Solo ha venido para fastidiar… -dice él.
-Pero, ¿cómo nos ha encontrado? –le pregunto. Robert aparta la mirada.
-No lo sé, -entonces se ríe. –Un sexto sentido para fastidiar a su hijo, quizá.
-Tú y él… no os lleváis muy bien, ¿verdad? –entonces él me mira y puedo ver otra vez esa rabia contenida hacia su padre. Le odia, le odia de verdad.
-No, nunca nos hemos llevado bien. Él solo buscó un hijo para que fuera igual que él, para que hiciera lo que él quisiera, y yo no quiero serlo. Le jodió la vida a mi madre, ¿sabes? En cuanto ella se quedó embarazada, él se fue de su vida. Y entonces fue cuando conoció a su marido, el padre de mi hermano. Él se comprometió a decir que era el padre de su hijo, es decir, mi padre. Y se casaron solamente para que las gentes del pueblo se creyeran la historia. Pero él se enamoró de ella y mi madre todavía quería a mi padre, y todavía le quiere. Pero es feliz con su marido, y él siempre ha sido como el padre que nunca tuve. –Robert hace una pequeña pausa, y entonces continúa. -Al nacer yo, mi padre volvió a por mí. Y mi madre no pudo hacer nada para que él me llevara. Entonces ella se quedó embarazada de mi hermano y él fue como la nueva luz que necesitaba para seguir viviendo. Yo no conocí a mi madre hasta que tuve diez años. Nunca se lo he perdonado, que me mantuviera diez años alejado de mi madre, mintiéndome, diciéndome que estaba muerta y que era mi culpa que ella muriera. Yo generé odio hacia mí mismo y cuando ella volvió, también la odiaba a ella. –Robert se ríe –Pero ella se metió en mi vida y mi padre no pudo volver a apartarme de ella. Desde entonces, pasó casi todo el verano con ellos. Aunque ahora que mi hermano está aquí, no se lo que va a pasar. Pero bueno, no quiero aburrirte.
-No me aburres… es más, me gusta que puedas confiar en mí- le sonrío y él me devuelve al sonrisa. ¡Qué guapo es!
-Y a mí poder confiar en ti. –Robert suspira y mira hacia delante. Ya estamos muy cerca del internado y pronto esta tarde mágica se habrá esfumado. Hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien. Lo bueno dura poco. –Vamos, ya queda poco. –Robert echa a andar y yo le sigo.
Durante el tramo hasta mi habitación no hablamos, aunque el silencio no es incomodo. Hay miradas entre nosotros, sonrisas, él me mira de arriba abajo y yo hago como si no me diera cuenta y viceversa. Robert es guapísimo, sus ojos azules engatusan a cualquiera y su sonrisa es maravillosa. Poco a poco nos vamos juntando, hasta que nuestros brazos rozan. Y no decimos nada, porque no hay nada que decir. Y en esos momentos mágicos nada importa. Pronto llegamos a mi habitación y yo me apoyo en la puerta, mirándole.
-Bueno… ya hemos llegado… -digo yo. Robert me mira y sonríe.
-Sí… es una pena. Pero bueno, pronto te volveré a secuestrar, -me guiña un ojo, y entonces creo que el corazón se me va a parar.
-Ten cuidado, a ver si tu padre, el policía especializado en secuestros, te va a pillar, -Robert se ríe, y yo abro la puerta. Pero antes de irme, me acerco a él y le doy un beso en la mejilla. –Espero que no se te olvide secuestrarme otra vez. –Él me mira intensamente.
-No te preocupes, te aseguro que no me olvidaré de secuestrarte, -y antes de que yo pueda decir nada más, Robert se da la vuelta y se va.
Todo empezó con un día jodio: Matt no se había acordado de mí, y no era eso lo que me importaba, lo que más me importaba es que había actuado mal, precipitando. Pero todo terminó bien: con Robert…
Paso a mi habitación. No hay nadie. Enciendo la luz de la lámpara de noche y cojo mi libro de “Drácula”, que sigue donde se quedó, y comienzo a leer.

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