domingo, 27 de diciembre de 2009

Capítulo 5


Cara a Cara







Robert



Había quedado con Rachel para que nos conociéramos después de la charla de mi padre. Yo había captado su mensaje al instante y sabía que ella me esperaría. Pero la charla de mi padre no terminó después de su discurso. Por lo menos no para mí.
Me llevó con él hacia nuestra sala de entrenamiento y me dijo que debíamos volver a retomar las clases, que algo había mal y que quería que le atacara. No me dejó hacerle más preguntas. Cuando le ataqué, al principio, creí que mi mejora en la lucha cuerpo a cuerpo había mejorado, porque mi padre empezó a resistirse. Pero después me dejó destrozado en el suelo mientras repetía sus palabras: “tan débil como siempre”.
Ahora, mientras intentaba dormir, las palabras de desprecio que durante todos estos años me había repetido una y otra vez estaban todas juntas en mi cabeza:
“Eres un inútil” “No vales para nada” “En un combate real no durarías ni dos minutos” “Tan débil como siempre” “Ojala y yo estuviera en tu lugar, pues lo haría mucho mejor que tú” “Imbécil, ¿no ves que esto es importante?”
Pero no era ya solo sus palabras, sino todas sus palizas, las que recibía tanto en el entrenamiento como cuando él se cabreaba.
Había hecho que perdiera la oportunidad de conocer a Rachel, porque cuando fui a ver si estaba, pasado una hora, no había nadie en el patio que comunicaba el salón de actos con el jardín. Ella debía de estar enfadada, y eso me dolía más que la paliza que acababa de recibir.
Cuando entré en la habitación, Ismael estaba leyendo en su cama, mientras que Alex y Matt hablaban de estupideces. Los tres se me quedaron mirando cuando vieron mi cara. Ismael con compresión; Matt y Alex con horror. Después de instalar a Ismael en la única cama que quedaba libre, habíamos ido al discurso y cuando nos separamos, Ismael se fue con mis amigos.
Cuando volví de mi “entrenamiento” (aunque yo diría paliza), él me preguntó si era mi padre el que me había hecho eso, y yo le hablé de lo que había pasado (sin nombrar a Rachel en esto).
Era raro como, después de prometerme a mí mismo dejar pasar lo ocurrido, ella me interesaba. Quiero conocerla, para ver si es como yo me imagino. Aunque seguro que ella ya no quiere conocerme. Y menos después de esto.
Ya no puedo más. He intentado dormirme durante dos horas, y no puedo, así que iré a dar una vuelta.
Me levanto de la cama y me visto. Salgo por la puerta despacio, para que nadie se de cuenta y ando por el pasillo hasta que encuentro las escaleras. Bajo despacio, mientras, en mi cabeza hay demasiados temas que tratar.
Busco la puerta que da al exterior del internado y una gran capa de aire fresco me envuelve.
Esta noche la luna está más grande que nunca y hace que todos mis instintos, que creía dormidos desde hace tiempo, se despierten y contemplen la maravillosa visión de la luna.
-Robert –una voz masculina está detrás de mí. Conozco demasiado bien esa voz.
-Matt, -digo, sin girarme. El chico castaño me contempla con curiosidad, sé que lo hace aunque no le veo. –lárgate.
-¿Qué te ha hecho Julio? –dice preocupado. Nunca pensé que él se preocuparía por mí. Pero es normal, ¿no?
-¿Te importa? Mira, Matt, entiendo tu preocupación, pero te aseguro que esto solo lo hará conmigo, no te buscará a ti para…
-No lo decía por eso. Solo que me parece increíble que tú, alguien que presume tanto como tú, se deje humillar como lo haces. Delante de tu hermano, -su voz cambió al decir “tu hermano”, se puso tenso. –delante de Alex, delante de mí.
-A ti y a Alex no os importa, al fin y al cabo. Y mi hermano esta totalmente enterado de todo lo que pasa, Matt. No al cien por cien. Julio solo le ha contado lo importante, lo que tú sabes. Nada más. Así que no te preocupes por él. Deberías de preocuparte más por ti, Matt. Sabiendo todo lo que sabes acerca de este lugar y de mi familia, no sé qué pintas aquí. Si yo pudiera, ya habría huido.
-Digo lo que tú dijiste antes, ¿te importa, acaso? No lo creo. Y te recuerdo que… -Matt estaba escogiendo un camino equivocado. Pude leerle los pensamientos sin hacer ningún esfuerzo.
-¡No sigas ese camino! Si vas por ahí, te recuerdo que te gano, imbécil.
-Tú no eres mejor que yo, Robert. Ya no.
-¿Qué me vas a decir, eh? ¿Que te has estado entrenando? Llevo toda mi vida preparándome para el final, Matt. Nadie, ni mucho menos tú está capacitado para derrotarme.
-¿Quieres comprobarlo? –Matt se puso en guardia. Me había cabreado bastante y sé que a mi padre no le importará que le de un paliza, así que…
Él fue el primero en atacarme. Se abalanzó sobre mí como el tonto que es. Aunque recibí un buen golpe, no me dolió. Estoy demasiado acostumbrado a las palizas de mi padre. Cuando terminó su turno empezó el mío. Le agarré la cabeza y le pegué un buen golpe en la cara. Eso le iba a dejar huella. Me eché contra su cuerpo y le pegué un puñetazo en el estomago. No quiero que esto se alargue demasiado. Matt cayó al suelo retorciéndose de dolor.
-Te lo dije, -me alejé de él antes de que me arrepintiera de solo haberle dado unos golpes. Y allí se quedó él. Sin levantar su mediocre cara para ver al vencedor.
La pelea había sido tan aburrida que incluso ahora tengo sueño.
Volví a recorrer los lugares por los que había bajado y llegué a mi habitación. Ismael y Alex dormían, y no había nadie en la cama de Matt, como yo esperaba.
Me acosté sin pensarlo dos veces y caí en un profundo sueño. Este había sido un día muy malo.
Todo estaba oscuro, todo a mi alrededor. Pero una mano me llevaba andando. La mano de mi madre. A su lado me sentía seguro. Ella paró en seco y todo a mí alrededor se descompuso. La voz de mi padre sonaba dentro de mí. Sus palabras se burlaban de mí. Pero yo solo era un niño de ocho años que acompañaba a su madre. Él no lo veía así. Desde muy pequeño quiso que yo me entrenara, que abandonara la estupidez que tienen los chicos de ocho años. Él nunca me vio como a un hijo, sino como a un perro al que hay que adiestrar. Él nunca pudo conmigo, sabía que, tarde o temprano, yo sería capaz de derrotarle y eso le asustaba, pues yo tenía dentro de mí el arma que él no podía obtener, la capacidad de sentir. Nunca antes lo había visto tan claro. Ese pensamiento hizo que la voz de mi padre se esfumara y que todo empezara a verse bien. La cara de mi madre sonriéndome. Y nuestra casa, donde cada verano yo vivo. Con el marido de mi madre que, desde la puerta, nos saludaba. Y dentro aparecía mi hermano, con un aspecto de ocho años. Ismael gritaba mi nombre, mientras su padre nos sonreía.
Esta es mi verdadera familia, y solo ahora me podía dar cuenta.

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