sábado, 19 de diciembre de 2009

Capítulo 3




El chico misterioso

Robert





Después de dar un paseo con muy buena compañía, he llegado otra vez a mi habitación.
Julio me dijo que vendría a buscarme para presentarme a no se quien, pero yo he preferido buscar a Natalie para entretenerme. Seguro que ahora él estaría furioso conmigo, como siempre, aunque eso ya no era nada nuevo para mí. Faltaban poco menos de diez minutos para que se abrieran las puertas del comedor y yo estaba aquí, sentado en mi cama. Por lo que había podido observar cuando entré, Alex había vuelto de sus vacaciones, y eso que quedaban tres semanas para que se diera por comenzado el curso. Otro año con esos imbéciles, Matt y Alex. ¿Quién los puede aguantar? Yo no. Aunque a ellos también les pasa eso conmigo. Dejé de pensar en todas las riñas que me quedaban por tener con ellos para pararme a pensar en las curvas de Natalie que cada vez, me gustaban más. Mi padre me había dicho que buscara a otra chica para que estuviera conmigo, pero yo no le había hecho caso. Natalie me gustaba. Aunque es celosa y posesiva, besas muy bien. Eso me recordó el juego con esa chica que miraba con tanta intensidad el cuadro del internado. Ella era preciosa. No era como Natalie, que es sexy (y no es que esa chica misteriosa no lo fuera), ella era guapa y atractiva. Su nombre es Rachel. Llevo toda la mañana, desde que la vi, incluso cuando estaba enrollándome con Natalie, pensando en ella. Mi imaginación me hizo creer que Natalie era ella, y me puse demasiado fogoso. Natalie lo notó y no paró hasta que yo me di cuenta de que no era la que yo pensaba. Pero era demasiado tarde y habíamos sobrepasado ya la línea que yo intentaba mantener. Así que le dije que debíamos parar, ella se lo tomó mal y se enfadó conmigo. En realidad, no me importa. Ella simplemente me gusta porque lo pasamos bien. Nada más. Ella siempre me dice lo que tengo que hacer, y eso si que no lo soporto. En ese aspecto, es igual que el insoportable de Julio, mi padre.
Parece como si él me hubiera leído la mente, porque en ese momento, el director del St. Gaifen, llama a la puerta.
-¿Quién es? –pregunto haciéndome el loco, como si no supiera que es él quien me espera.
-Robert, si me dices que no sabes quien soy entonces es cuando mueres. –vale, sabía que estaba enfadado, ¿pero tanto? ¿Qué he hecho?
-¿No sabes lo que has hecho? Piensa, pequeño imbécil. Te dije que vinieras a verme, y ahora abre. –este era el momento de salir huyendo. Pero Robert Deblash sabe enfrentarse a su padre, y sobretodo, colapsar la mente para que no escuchara lo que estaba pensando.
Me levanté despacio, consciente del peligro que emanaba de detrás de la puerta. Abrí despacio, intentado ver la cara que tenía mi padre. Pero como siempre, su cara estaba relajada, fría, sin dejar que pudiera ver, sentir o predecir lo que pasaba por su cabeza. He intentado millones de veces poder leerle la mente a mi padre, como a veces con los humanos que tiene la mente abierta, pero él nunca la ha tenido.
Sus siglos de preparación había hecho que Julio Deblash fuera una perfecta máquina de distracción. Podía ser cruel, injusto y soberbio, como siempre era, pero también sabía llevarse a quien quiera a su lado, si eso le conviene.
-Hola, padre, -le saludé mirándole a los ojos. Esos ojos que siempre me hicieron daño por el poco cariño que tenían cuando me miraban. Esos ojos que siempre me recordaban lo que estaba destinado a ser, pero sobretodo, a hacer. Menos mal que él si me había enseñado a controlar mi mente, y no me pudo oír.
-Mira Robert, -su voz sonaba fría y distante, sucia, furiosa. Algo había pasado, algo malo, y Julio estaba dispuesto a hacérmelo pagar a mí. Su aura maligna había aumentado, y su forma de vestir, con un traje negro como el carbón, no le ayudaba a mostrarse como una persona normal. Si alguien en ese momento hubiera estado allí, sabría que mi padre era alguien maligno y sin escrúpulos. Alguien que no era humano. –Estoy muy molesto contigo. Hoy te has pasado de la ralla y lo sabes. Sabes que debías de haber venido conmigo.
-Padre, ¿nunca te ha molestado que no acuda a nuestras citas, a excepción de cuando es para entrenar y ahora me dices esto? No se lo que habrás hecho mal, pero la verdad es que no me importa. Así que ya puedes ir dejándome en paz con tus problemas. –me di la vuelta para coger mi móvil, aunque noté como el enfado de mi padre aumentaba. Esto no iba por buen camino, pero yo no iba a ser el que lo arreglara.
-Los problemas que muy prontos serán los tuyos, Robert. –me dijo con la voz enfurecida.
-¿Y si no quiero que esos problemas sean míos? ¿Y si no quiero ser como tú, malvado y sanguinario? ¿Y si quiero ser diferente a ti, cambiar todo lo que me une a ti? No puedo elegir la familia, pero sí mi destino. –mi padre me miró con incredulidad y no dijo nada. Yo también estaba cabreado y él lo había notado. Apartó la mirada y suspiró. Me volvió a mirar y pasó lo que más me temía, me volvió a pegar.
El puñetazo no me dolió. Lo había sentido tantas veces que ya era algo normal en mi padre. Pero esta vez su enfado había sido más grande, y cuando caí al suelo, me pegó una patada en el estomago. Eso era nuevo en la forma de actuar de mi padre, y yo esta vez, decidí dejarlo como estaba. No quería que sus golpes se me notaran. Así que me calle y contemplé como se iba por la puerta, silencioso como siempre, mientras que yo, tirado en el suelo, maldecía a mi padre, maldecía mi vida y todo mi futuro, pasado y presente, pero sobretodo, me maldecía a mí.
* * * * *
Cuando pude darme cuenta de que el tiempo pasaba, me levanté despacio y me acosté en la cama para descansar. Terminé durmiéndome, y mis sueños volvieron a ser pesadillas donde la oscuridad era el arma más letal. Pasadizos sin escape y criaturas que se suponía que tenía que controlar, pero mi poder no era lo bastante fuerte como para pararlas. Me mordían, me pegaban y una voz sonaba en mi cabeza. Era mi padre, que se reía de mi desgracia. Me decía que era un inútil, que no valía para nada, y eso hacía que yo me acurrucara detrás de todas las paredes, mientras lloraba. ¿Llorar? Nadie me había visto llorar nunca, pues solo había llorado dos veces en mi vida, y siempre fue por culpa de mi padre. Él no supo que yo había llorado, no podía permitir que él se burlara de mí por eso, ya tenía muchas otras ideas para hacerlo. Desperté muy sobresaltado y miré a mí alrededor. La comida ya había pasado y en mi mesita había un plato con el menú del día y una nota.
Pasaré a verte cuando crea que estás preparado.
He mandado que te dejen la comida, pues he visto que no has ido a comer.
Estate preparado, te tengo una sorpresa que te va a gustar.
Julio
¿Una sorpresa? ¿Remordimiento, quizá? Imposible. Julio no era capaz de sentir algo que no fuera maligno y despiadado. Seguro que era una trampa.
Bueno, será mejor que deje de pensar en eso. No me había dado cuenta del hambre que tenía hasta que vi la comida. Me lamenté de tener esa parte humana y empecé a comer.
Cuando terminé de comer, me senté para analizar las auras de mi alrededor. Nada había cambiado. Todo estaba bien. Mi padre no andaba por aquí. Quizá tenía tiempo de dar una vuelta antes de que él viniera. Mejor no, no quiero que me de otra paliza. Alex y Matt ya sabían demasiado acerca de lo que mi padre hacía y me había visto varias veces con moratones. Fui al baño que había en mi habitación y me miré la cara. Gracias a mi rapidez de curación el moratón que tenía en el lado izquierdo de la cara estaba casi oculto. El que no supiera nada acerca de lo que hacía mi padre no se daría cuenta, pero gente como Alex y Matt, que saben ya demasiado, sí lo harían, así que mejor sería que me concentrara en mi herida para curarla por completo. Pero parece que mi padre no estaba dispuesto a dejarme en paz hoy, porque entró en la habitación. Esta vez no se molestó en llamar, solo entró. Aunque iba acompañado. Salí del baño dispuesto a encontrarme con la estúpida cara de mi padre, pero me llevé una sorpresa: mi hermano estaba mirándome con varias maletas desde el pasillo.
-No te quedes ahí mirando, ¡ayúdame! –me dijo con una media sonrisa.
-Ya voy…- le dije, un poco impresionado por su llegada. Mi hermano era muy diferente a mí, pues él se parecía más a mamá. Yo, en cambio, me parezco más a mi padre ¿Por qué me tengo que parecer tanto a él? Odio eso. Ismael es rubio de ojos marrones, lo único en lo que se parece a su padre.
Cogí la maleta más grande, pues sé que él no tiene las suficientes fuerzas como para coger algo tan grande. Cada vez estaba más fuerte, pero seguía siendo un flacucho sin remedio.

-Bueno, os dejo solos, -dijo mi padre, que estaba detrás de mi hermano. Julio cerró la puerta y se fue.
-Tu padre, no cambiará, sigue igual que siempre. Yo creo que en el fondo me odia.
-No digas tonterías, ¡ya sabes lo simpático que es mi padre! –espero que haya pillado el tono sarcástico. –Bueno, ¿y cómo es que tú, que odias estar encerrado, has venido a parar a un sitio como este?
-Ya veo que no se te escapa ninguna, hermano –dijo riéndose, como siempre. Nunca cambiará. –Pues porque he visto que me necesitas a tu lado. Ahora empieza una etapa dura para ti, la etapa de los cambios, para lo que te has estado preparando toda tu vida. Para lo que fuiste engendrado.
-Eso me ha dolido. O sea que sólo valgo para hacer…para hacer…
-Ya sabes que yo lo digo de cachondeo, hombre. Pero eso de que me necesitas es cierto. Además mamá quiere que te tenga controlado.
-Bien, como siempre lo tiene que tener todo controlado, siempre igual. ¡Cómo si yo fuera tan malo! –eso había dolido, siempre me tenía que tener controlada. No se fía de mí, y nunca lo hará. Lo sé. ¿Y sabéis por qué? Porque soy igual que mi padre.
-¡Venga! Ya llegamos tarde. Para de quejarte y vamos abajo que tu padre ya nos estará echando en falta. Sobretodo a ti. Porque lo que es a mí…No me quiere ver ni en pintura. –se rió de su propio comentario y yo le acompañé. Era genial tener a mi hermano a mi lado en esto, sobretodo porque él era el único con el que me comportaba como yo era en realidad. Pero, ¿dónde teníamos que ir?
-Espera, ¿dónde tenemos que ir? –le pregunté mientras ya estaba a punto de salir.
-¿No sabes que hora es? Tu padre está a punto de hacer su discurso inicial, y creo que deberíamos de estar presentes por la cuenta que nos tiene. Venga, hermano, vamos. –Ismael salió corriendo mientras yo reaccionaba para poder alcanzarle. El primer discurso del año, justo cuando quedan tres semanas para que empiece el curso.
Habíamos bajado a la planta baja, y se veían muchos adolescentes corriendo. Seguramente han llegado tarde, igual que yo. Al pasar por al lado de ellos, todos empezaron a mirarnos. Que mal educados. Odio que todo el mundo me mire así. Ya sé que soy “perfecto” pero no hace falta que te miren tanto, joder. Son nuevos, no los había visto antes por aquí, además, los que no son nuevos, saben perfectamente que no deben llegar tarde a la primera comida-desayuno del curso, aunque todavía no haya empezado. Cuando entramos al comedor, la mayoría de las mesas estaban ocupadas. Alcé la vista para ver por donde estaba Carlos y los demás, pero ya me habían visto ellos. Tardamos muy poco en llegar al salón de actos.
-¡Robert! ¡Estamos aquí! –me dijo John alzándome la mano.

Avanzamos hacia ellos con paso firme. La mayoría de los alumnos que había a nuestro alrededor nos empezaron a mirar. Todos se preguntaban quién era el chico que había a mi lado. Aunque no tengo del todo desarrollado la capacidad de leer mentes, en este último año mis capacidades han aumentado. Seguro que era eso a lo que se referían Ismael y Julio.
-Hola chicos, -dije mirando a John, a Carlos y a George.
-¡Ya creíamos que no venias, Robert! –me dijo John dándome con la mano en la espalda.
-Es verdad, ya creíamos que te habías vuelto a California. Como solo te vimos ayer, y nos dijiste que no habías desecho la maleta… -George se reía mientras me echaba la mano, su gesto favorito.
-Pues ya veis que no –noté que Ismael estaba un poco incomodo, al fin y al cabo, él no conocía a mis amigos. –Chicos, este es mi hermano Ismael, va a estar con nosotros en la clase.
Después de terminar con las presentaciones, nos sentamos en “nuestra mesa”. No había rastro de Natalie y de las chicas por ningún lado. ¿Así que se había arrepentido de venir a pedirme perdón? Pues bien por ella, yo no iba a ceder.
-Robert, ya me ha contado Helen que tú y Natalie habéis peleado. ¿Qué ha pasado? –parece que John ha hablado con Helen sobre lo que ha pasado.
-Creo que tu novia te tiene bastante informado, ¿no? Pienso que no necesitas mi versión de los hechos. –eso si me molestaba, que cuando yo no estaba, lo que se suponía que eran mis mejores amigos hablaran de mí. Era insoportable.
Ismael me miraba extrañado. Él no me había visto con mis amigos.
-Robert, tío, entiendo que lo estés pasando mal por lo de Natalie, pero yo no…
-John, no lo estoy pasando mal, y menos por alguien como Natalie. Yo no tengo esa debilidad con mi novia como tú la tienes con la tuya. Así que déjame en paz. –le contesté con mala gana, pero no me importaba.
-Robert, quizá tú no le estés pasando mal, pero Natalie está destrozada.
-¿Ahora eres el protector de Natalie, o qué? Creo que ella tiene una boca preciosa para hablar, así que dejemos el tema. –John empezaba a cansarme con el tema de Natalie, así que mejor que lo dejara. Ella ya no me interesaba, lo nuestro había acabado. En este momento tengo otra cosa en la cabeza. La chica llamada Rachel. Esa chica que me hizo sentir diferente. Bien, esto debía terminar. Robert, esta será la última vez que pienses en Rachel, ¿vale? Ella no es tuya, además, no la conoces.
Empecé a buscarla por todos sitios, pero no la vi. Parece como si se hubiera desvanecido. Pero por desgracia, la que no se había desvanecido era Natalie, que venía, junto con Helen y con Denia, hacia nuestra mesa.
-Hola chicos, -dijo Natalie mirando a todos sin mucha atención. Luego se paró en mí, y su expresión cambió. –Robert, me gustaría hablar contigo, por favor, esto ya ha ido demasiado lejos.
-Tienes razón, ya ha ido demasiado lejos, sinceramente. Estoy harto de tus tonterías, así que hasta aquí hemos llegado. –le dije a Natalie muy seguro de que quería dejarlo.
-¿Me estás dejando? Robert, yo venía para hacer las paces, pero ya veo que no te importo. ¿Quién te importa, Robert? Porque yo creo que nadie. Eres un capullo sin escrúpulos que ha jugado conmigo.
-¿Has terminado? Eso espero porque mi padre está a punto de comenzar a hablar y no pienso escucharte. Adiós, Natalie.

Natalie se dio la vuelta y se fue por donde había venido. Mejor así, libre y sin ninguna Natalie loca detrás de mí. Lo único bueno de ella era que estaba buena, pero nada más. Ella no me hacia sentir nada.
Miré hacia donde estaba el escenario. El salón de actos era muy grande. Las paredes estaban pintadas de un blanco con líneas plateadas que relucían a la luz del día y mi padre, sentado en la mesa de los profesores, se disponía a salir para dar su discurso de todos los años.

No hay comentarios:

Publicar un comentario